La franja ecuatorial

La franja ecuatorial

En Quito existe un restaurante llamado “El equinoccio”. Según parece, todas las personas con importancia social y política del Ecuador pasan por aquel lugar, ya sea a almorzar, a cenar o a tomar un par de copas. Es considerado una especie de “centro del mundo”. En realidad, la línea ecuatorial está a unos trece kilómetros de Quito, en la localidad de San Antonio de Pichincha. Es más correcto decir “franja ecuatorial” que línea ecuatorial, proclaman los expertos en triangulación geodésica. Esa franja podría tener varios kilómetros de ancho. Pero lo importante es que el ecuador divide el mundo en dos mitades. Así como hay un equinoccio geográfico, deberíamos concebir un equinoccio para intelectuales y artistas.
Muchas sociedades de hoy podrían partirse en dos porciones iguales: una, presidida por la irresponsabilidad intelectual; otra, teatro vivo de la tragedia colectiva de la historia contemporánea. Piense el lector en lo que ocurre con “el hombre de nuestra época” en Siria. En ese país gobierna un dictador desde hace diez y seis años; heredó el mando de su padre, quien gobernó durante veinte y nueve. En total, la familia ha dirigido todo por cuarenta y cinco años. Los sirios, como es natural, quieren librarse de Bashar al-Assad. Pero no pueden. Su sociedad está dividida por razones políticas y religiosas. Además, los sirios sufren intervenciones armadas de gobiernos extranjeros.
Rusos, norteamericanos y franceses, bombardean en Siria, cada unos por motivos distintos. Los sirios abandonan un país destruido por la guerra, por la dictadura, por las intervenciones. Deben emigrar sin desearlo para salvar sus vidas y las de sus niños. Al emigrar, encuentran rechazo en los países donde llegan. Es una tragedia triple, que no acaba con la decisión de emigrar. Otelo, el moro de Venecia y Hamlet, príncipe de Dinamarca, son dos pequeñas tragedias, comparadas con las de muchísimos sirios.
Escritores de novelas y cineastas deberían reconstruir las vidas de algunos sirios que perdieron sus casas en Alepo, que vieron morir a sus esposas o a sus hijos bajo las bombas; que no conservan esperanzas de que haya desenlace político en su patria; los sirios educados saben que les espera el desprecio de la gente de los países donde pedirán asilo.

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