La frontera: Dos historiografías

La frontera: Dos historiografías

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Gradualmente, una parte del lado occidental de la isla, despoblada entre 1605 y 1606 por las devastaciones ordenadas por el Rey de España Felipe III al gobernador de La Española, Antonio de Osorio, para aniquilar el contrabando y la influencia protestante de los luteranos, cuya Biblia era introducida en la Banda Norte, donde se efectuaban bautizos protestantes; se convirtió en un asentamiento de bucaneros que cazaban reses y puercos cimarrones, y de filibusteros. Primero, ocuparon la isla de la Tortuga y luego determinaron que la parte occidental de la isla fuera reclamada por Francia, como “derecho de conquista”.
En 1697, España cedió a Francia la parte oriental de la isla, mediante un tratado firmado en Holanda, el Tratado de Ryswick, y ya a mediados del siglo 17 el Saint Domíngue francés, contaba con una población de setecientos mil negros esclavos y apenas doce mil personas blancas o mulatas.
Así, el Santo Domingo español, se dedicó a abastecer la colonia francesa más rentable económicamente del mundo, a la inversa del Santo Domingo español, donde durante tres siglos ( 16,17 y 18) no se produjo el mismo desarrollo de la industria azucarera, ni se logró fomentar la ganadería a gran escala.
Mientras en el Saint Domíngue francés había 500 ingenios o trapiches, en el español había solo 18. Con esa diferencia económica y sus consecuentes acuerdos, se fue consolidando la primera división, de hecho, de la isla en dos territorios.
La primera revolución negra del mundo. Era casi lógico que con la inmensa diferencia poblacional entre blancos y negros en el Santo Domingo francés, los esclavos comenzaran a plantearse el final de la esclavitud. Uno de ellos, Toussaint Louverture, proclamó la abolición, en la primera revolución negra del mundo. Ocho años después fue aprisionado en Francia donde murió de frío, y su discípulo, Jean Jacques Dessalines, concluyó su misión, venciendo a los franceses y declarando en 1804, la nueva República de Haití.
Alarmados por la implicación simbólica de esa Revolución, los países esclavistas de Europa, declararon un embargo económico a la naciente República, que impidió que las reformas que se propusieron para establecer su incipiente economía pudieran realizarse.
Francia, gestora del embargo, cercó al naciente país con sus embarcaciones de guerra y exigió como pago para el reconocimiento diplomático de Haití, una compensación de 150 millones de francos anuales para “resarcir las pérdidas de sus colonos”.
Por su parte, los recientemente independizados Estados Unidos, se negaron a recibir la misiva donde Haití solicitaba relaciones diplomáticas entre las dos naciones, argumentando que “ningún país civilizado podía negociar con esclavos negros”.
La amenaza de La Española. En 1802, Napoleón envía sus tropas al mando de su cuñado, el General Leclerc, para destruir una revolución que era mal ejemplo para todos los países esclavistas, pero la fiebre amarilla y los mambises africanos devastaron el ejército francés, algo impensable para la mentalidad de los blancos de Europa.
Pronto, para Haití, la parte española de la isla se convirtió en una amenaza a su sobrevivencia como nación, un lugar de conspiraciones y acuerdos entre las naciones que le adversaban. Por eso Haití invadió la parte occidental de la isla (no la República Dominicana) y permaneció durante 22 años.

Ocupación haitiana de La Española: dos versiones. Y he aquí donde nace otro conflicto aun más grave: el de las historiografías.
Para los historiadores hispanistas, sobre todo para José Gabriel García, autor del Compendio de la Historia de Santo Domingo, que abarca cuatro tomos, hasta 1876; Manuel Ubaldo Gómez, autor de tres tomos que denomino “Resumen de la Historia de Santo Domingo”, de los cuales publicó varias ediciones, y abarcan desde la llegada de Colón hasta la intervención norteamericana del 1916, texto oficial de las escuelas dominicanas para las clases de Historia Dominicana; y luego Bernardo Pichardo, cuyo “Resumen de historia Patria”, sustituyó al de Manuel Ubaldo Gómez como texto oficial de historia dominicana para las clases de Historia, (que también abarca desde la llegada de Colón hasta la intervención norteamericana del 16), los haitianos “nos invadieron, violaron nuestras mujeres (por eso somos negros my mulatos), quemaron nuestras iglesias, degollaron a los ciudadanos de Moca”… etc. etc.
Para los historiadores no identificados con las visiones tradicionales de la aristocracia colonial (y entre ellos cito de manera agradecida y respetuosa a historiadores dominicanos como Franklyn Franco, Roberto Cassa, Emilio Cordero Michell, Pedro Mir, Juan Bosch y Carmen Durán), un grupo integrado por funcionarios descontentos con una monarquía que no premió sus esfuerzos por la Reconquista, comerciantes agrícolas y ganaderos de Santiago, y la línea fronteriza, quienes desde tiempos inmemoriales habían mantenido un vivo y fructífero intercambio comercial con Haití, comenzaron a ver en la unidad territorial con Haití, gobernada entonces por Boyer, la solución a sus justas reivindicaciones sociales, económicas y políticas. Ya para 1821, ese sector comenzó a manifestarse públicamente en favor de la unidad con Haití, en Beller, Dajabón y Montecristi.
En enero de 1822, se sumaron a esta decisión La Vega, Cotui, San Francisco de Macorís, Azua, San Juan y Neyba, parajes que votaron por la unificación de la zona oriental con la occidental, porque “ello significaba un salto cualitativo en el desarrollo de las fuerzas sociales y económicas para la parte antiguamente española”.
En el plano económico, se abolió la esclavitud, se inició un proceso de repartición de tierras a antiguos esclavos libertos, e inmediatamente se entregó a los agricultores, a título de donación nacional, la porción de terrenos que sembrarían de café, algodón, tabaco y frutos menores.
Cuando se abolió la esclavitud y se repartió la tierra, disposiciones del gobierno de Boyer, se cambio la estructura económica y social del antiguo régimen colonial y se contribuyó a que la zona española de la isla comenzara a recuperar su antiguo ritmo de crecimiento económico, gracias al golpe de gracia que desplazó el poder económico hacia otros grupos sociales, e impulsó el ingreso de negros y mulatos a la dirección política y económica del país.
Una integración de forma. El Santo Domingo español se integró formalmente a la República, sin que esta integración formal significara una integración estructural, debido a la diferencia de un desarrollo económico desigual entre Haití (aislado y acosado por las grandes potencias y por la terrible imposición francesa del pago de una compensación que la naciente República no podía asumir), que los habitantes del lado de la Española consideraron que no tenían que asumir.
Esa contradicción, en el plano del desarrollo económico, producto de los diferentes modelos sobre los que se intentó cimentar la unidad de la República, fue el caldo de cultivo que alimentó la tendencia separatista de los habitantes de la hoy República Dominicana, e hizo posible el desarrollo de las fuerzas sociales que, orientadas y dirigidas en principio por Juan Pablo Duarte, lucharon por la constitución de la República.
Orígenes de la lucha por la independencia dominicana. En el grupo que se quedó conspirando contra el régimen de ocupación, estaban las principales dignidades de la iglesia católica, principal latifundista y prestamista del país, la principal fuerza colonial, cuyos bienes e hipotecas habían sido incautados. A ella pertenecían todos los conventos y edificios, dependencias hospitalarias y capellanías en provecho del Arzobispado.
Rol protagónico hasta hoy.

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