La fuerza del ejemplo JPD inculcó valores éticos  de gran vigencia actual

<STRONG>La fuerza del ejemplo JPD inculcó valores éticos  de gran vigencia actual</STRONG>

Las puertas de la ciudad permanecían cerradas. La noche envolvía a Santa Bárbara, fragua de la “revolución de los muchachos” en el casco  intramuros de Santo Domingo, herencia de un colonialismo no solo petrificado en edificios y casonas. Se enquistó en la conciencia de sus habitantes, obcecados con la idea de que no era posible surgir como nación  sin la  protección de una potencia extranjera.

Mientras la familia Duarte Díez dormía, ajena a lo que enardecía la mente de Juan Pablo, a quien el sueño ni la débil lumbre del candil vencían su avidez por el estudio, el    político en ciernes  diseñaba la estrategia de sus planes revolucionarios.

 De pétrea dureza resultaba la coraza que se empecinó   horadar para cambiar la mentalidad de los jóvenes con los que emprendería    una obra emancipadora que  parecía utópica. 

 “¡Cosas de muchachos!”,  dirán con sorna los incrédulos.   ¡Una quimera irrealizable! No para un visionario como él. No para un joven de coraje como Juan Pablo Duarte.

El estratega.  La decisión de libertar su pueblo hizo presa de su ser y nada le distraía de su gran pasión:

La  Independencia, meta obsesiva que  hizo surgir en él al estratega, a un planificador meticuloso de tácticas certeras que nada dejaba al azar, a la  improvisación.

En su ejecución demostró tenacidad y osadía,  excelentes dotes como conductor de hombres, transmitiendo a la par, con la palabra y el ejemplo, valores éticos y morales. 

Juan Pablo, de genio vivo y desbordante  energía,  permanecía rodeado de amigos,  veinteañeros como él, con los que compartía los  paseos por Güibia, cabalgatas por San Carlos y Pajarito,   las tertulias a prima noche para tocar la  guitarra.

Mas, sentía la soledad del que no sustenta las ideas dominantes, de quien no se resigna al statu quo.

En noches de desvelo,  centraba su mente en los pasos a seguir para la liberación, en la forma de contagiar a la juventud con sus ideas. ¿Qué hacer? Volcar en otros sus conocimientos, despertarles inquietudes políticas, la conciencia de nacionalidad, de soberanía,    encenderles el  espíritu revolucionario.

¿Qué hacer? Además de proseguir su propia formación, ahora con otras miras, instruiría a sus amigos, aflorando en él la latente   vocación de maestro y en ellos el valor del estudio.

 Su carisma,  dotes intelectuales y  generosidad, cautivaron a la juventud, comprometiendo para la acción preparatoria de la revolución a un grupo de    muchachos que incondicionalmente  lo seguían como líder, amigo  y maestro.

Una esperanza.  En ellos vio la esperanza de la patria en sueños.   Un aliento como   hoy despiertan jóvenes   que anhelan un país sin lacras morales ni   sociales. Defienden el medio ambiente,  reclaman derechos, el rescate de valores como la  honestidad, la integridad.

Valores encarnados en Juan Pablo, quien  tenía por delante una tarea colosal: un proceso formativo político y militar que por los controles haitianos exigía  tacto,  sumo hermetismo.

Con firme determinación dedicó talento y energías a la consecución de su proyecto, que inició de inmediato.

Comenzó a impartir clases de   matemáticas, filosofía y otras  disciplinas a    amigos y muchachos  de la vecindad, avivándoles  el amor al estudio. Valor  hoy menospreciado por jóvenes que optan por sendas ilícitas, a  los que debemos  reencauzar, como sin duda habría hecho Duarte.

Cada día, sus alumnos   se dirigían   al almacén de útiles de marinería de don Juan José Duarte, su  padre,  trocado en aula escolar y  centro de formación política.

Lo escuchaban arrobados, deseosos de imitar a este joven de entusiasmo contagioso,  capaz de los más arduos sacrificios, cuya dignidad y bondad traslucía su semblante.

Allí desplegó una paciente labor persuasiva, años de entrega plena, de abnegación, que exigió perseverancia,  sistematicidad.

Si bien llevaba los libros del negocio,   la decadente economía  redujo el flujo de buques, y disponía de tiempo, óptimamente aprovechado en su rol de maestro, nutriendo con ideas liberales la mente de  sus discípulos.

No se amilanó ante el gran reto ni se dejó abatir por la impotencia paralizante que hoy sume en la inercia a jóvenes agobiados por  la degradación ética y moral de la sociedad, pero poco o nada hacen.    

Otros emprenden  acciones, neutralizadas al no persistir en el esfuerzo ni lograr cohesión, la unidad que da la fuerza, como demostró la jornada por llevar al  4% el presupuesto  de la educación.

Formación militar.  Ganar la libertad, separarse de Haití, conduciría a la lucha armada,  lo que Duarte  previó en la estrategia de la  peyorativamente llamada “revolución de los muchachos”. 

Como él, sus discípulos debían   adquirir destrezas marciales. Se ejercitaban en tiro y esgrima,  para lo que trajo un equipo de España, además de  los libros sobre táctica y estrategia militar.

Su entrenamiento se aceleró al ingresar en 1834 a la Guardia Nacional.

Como en las tropas  había muchos criollos, pensó que de esos cuadros bajo el mando haitiano podría surgir  la fuerza militar liberadora.

 Sin revelarles aún sus propósitos, instó a   sus  amigos a enrolarse y ayudaba a quienes no podían comprar el uniforme.

Compromiso con la patria.  El adiestramiento  no cesaba. Mas, nadie sospechaba de estos muchachos que salían a cabalgar,   a marotear, a  dar serenatas a sus novias.

Juan Pablo se enamoró, entregó una sortija  a María Antonia Bobadilla. Se prendó luego  de Prudencia Lluberes y le prometió matrimonio.

Otros amores vendrían, mas la gran pasión de su vida era la nación  en sus sueños y esperanzas,  con la que su corazón estaba comprometido.  

Urgía hacerla realidad. Con la paciencia de la gota de agua que perfora la roca, logró que sus discípulos ganaran la conciencia de la nacionalidad. Había llegado la  hora de  develarles su plan, el cual  confesó  a su amigo y alumno José María Serra:

 __“Todo lo tengo meditado”. “¿Por qué debemos los dominicanos estar sometidos a otra nación, sin pensar en constituirnos nosotros mismos?

__   ¡No! ¡Mil veces no! ¡No más humillación!   ¡No más dominación!”

Con tal vehemencia habló, que sus ojos brillaban intensamente y sus labios  temblaban, recordará  Serra.  Lo vi como transfigurado, y quedé admirado con la majestad de su fisonomía.  

Los valores

1.  Esfuerzo

 Exige empeño, el enérgico empleo del vigor, de todo el ánimo en pos de una meta, resistiendo, venciendo obstáculos. Es  usar la voluntad  con un fin creativo más allá de lo usual y rutinario,  sin  esperar aplausos. Como si hablara de Duarte, alguien sentenció: “Un buen hombre da un paso; un gran hombre da dos; un héroe no cuenta sus pasos”.

2. Entrega

La  entrega a  un ideal, a un propósito, un  valor cardinal  que a plenitud abrazó JPD,  no se reduce solo a dar lo que se posee -bienes,  conocimientos, habilidades-.  Es darse a sí mismo,  servir a otros  desinteresada e incondicionalmente.

3.  Perseverancia

Un valor capaz de derribar cualquier barrera. Implica constancia, asiduidad, la persistencia en el esfuerzo que nos  permite decir: “Sí se puede”, que nos invita a no rendirnos aún en las circunstancias más  adversas.

Educación:  escalera hacia la libertad  

Estudiar,  pasión sin límites que Juan Pablo transmitió en la improvisada escuela de La Atarazana, como recurso infalible para disipar la ignorancia que conduce a la miseria y  la abyección, dio cimientos a la  causa independentista. Se convirtió en escalera hacia la libertad. 

Hasta  la madrugada, Duarte  seguía enfrascado en el estudio, en la  lectura de los libros traídos de España,  que compartía con sus alumnos. Una conducta invariable que despertó la admiración en sus hermanas. Rosa,   a quien le unió gran afinidad y sentimientos patrios, expresó:

  Consagrado a estudiar, nunca dejó sus libros antes de la una o las dos de   la mañana….

Desde que regresó a su patria no pensó en otra cosa que en ilustrarse y allegar prosélitos.

La educación académica  atenuó el oscurantismo, pero por sí sola no basta para transformar la condición humana, moldeada por  principios y valores que orientan nuestro comportamiento,  los cuales no pueden ser transmitidos exclusivamente con los métodos pedagógicos clásicos. 

Los valores se internalizan, se   asimilan con la imitación,  la identificación e interacción con los demás, a través de los modelos conductuales de  los padres y profesores,  autoridades, líderes políticos y sociales.

La frase

Juan Pablo Duarte

Seguid, jóvenes amigos, dulce esperanza de la patria mía, seguid con tesón y ardor en la hermosa carrera que habéis emprendido y alcanzad la gloria de dar cima a la grandiosa obra de nuestra regeneración política, de nuestra independencia nacional, única garantía de las libertades patrias”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas