Los dominicanos hemos vivido desde nuestros orígenes en una angustia y agonía permanente ante los intentos que desde el occidente de la isla provocan los habitantes de origen africano traídos por los franceses para darle vida a una colonia y un hospedaje humano de condiciones muy peculiares que hasta se ha extendido a la parte oriental de la isla.
Por casi 500 años, la confrontación ha estado latente, sufriendo la parte oriental de la isla los intentos de la población occidental de volver a ocuparla después que fueron desalojados en 1844 y a raíz del alzamiento oriental con una escasa colonia española que habitaba las tierras ricas del oriente isleño.
Preservar la libertad de haberse liberado de una raza muy peculiar, que independizada a principios del siglo XIX del yugo francés, estableció sus condiciones de una negritud plena en todos sus mandos y con decisión de borrar todo vestigio del coloniaje francés o del español.
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Asegurada su independencia, los haitianos se dedicaron a su objetivo final de ocupar toda la isla. Pensaron que con la escasa población española de la parte oriental eso era pan comido. Y sin muchos inconvenientes. Y así fue, desparecido Dessalinnes en 1806 y lograda una seguridad con sus dos gobiernos de Cristóbal en el norte y Boyer en el sur, se apoderaron de las poblaciones españolas de Hincha, San Miguel de la Atalaya y San Rafael de la Angostura..
Aun cuando los españoles del territorio ocupado por los haitianos desarrollaban sus actividades precariamente bajo el tutelaje de los invasores que cometían sus tropelías sin temor al castigo de sus autoridades. Hasta un mariscal haitiano, Borgellá, ocupó la esquina noreste de lo que hoy es la plaza de Colón y construyó un palacio para su uso destruyendo las estructuras coloniales que allí existían.
Esa ocupación haitiana de 22 años representó para los habitantes de la parte oriental un bautismo de fuego por el cual reconocieron y defendieron sus orígenes y de su derecho a existir frente a un rival isleño tan disímil de las tradiciones españolas que dominaban el oriente de la isla.
Desde comienzos del siglo XIX, con un Haití independiente significó una vida de angustias y temores ante la iracundia de una raza cuyo objetivo era aplastar la civilización española del oriente de la isla pese a raíces comunes de la devoción por la virgen de La Altagracia.
Ese afán haitiano de borrar del oriente de la isla de Santo Domingo a la raza española pese a que ya esa tenía una raza mezclada donde coexistían los negros, indios, y blancos en un maridaje multicolor que explotaba a cada momento de enfrentamientos racistas que procuraban el dominio de la isla por los invictos haitianos que ya habían desterrado a casi todos los franceses desde principios del siglo XIX.
El empeño haitiano de aplastar la colonia española persistió durante la primera mitad del siglo XIX y las luchas para afianzar la separación se mantuvo hasta que España en 1861 volvió a ocupar su antigua colonia que se había independizado de los haitianos en 1844.
Y en pleno siglo XXI, Haití depende en su existencia de la riqueza dominicana, en donde miles de haitianos pretendiendo sacudirse de sus miserias y rencillas conformando una seudo nación que les proporciona una razón de su existencia pero tienen sus sueños de verse dominando la isla como ocurrió en 1822.