La futura gobernabilidad

La futura gobernabilidad

En el curso de la recién pasada campaña electoral, varios dirigentes del Partido Revolucionario Dominicano, adscritos al proyecto reeleccionista, advirtieron que si el candidato del Partido de la Liberación Dominicana resultase el triunfador, no podría gobernar porque tendría contra sí la oposición mayoritaria perredeista en el Congreso Nacional. O sea, que los legisladores oposicionistas, pagados por el pueblo, permanecerían al servicio del sectarismo político de su partido.

Fueron declaraciones oportunistas, que sin embargo, de llegarse a el nivel de un sistemático obstrucionismo, mantendría latente, lo que en el siglo 19, calificó Monseñor Meriño como «la dificultad de gobernar». Algo así como disponer del poder por la voluntad mayoritaria del pueblo, pero estar imposibilitado de gobernar.

Como se sabe históricamente, desde los días iniciales de nuestra vida republicana, ninguno de los gobiernos genuinamente democráticos, dispuso de la plenitud del poder. El año 1876, el Presidente Francisco Ulises Espaillat, -con algo de Duarte, de Sarmiento y de Hostos-, pretendió gobernar con los maestros de escuela, y los «macheteros» de la época le derribaron de su cátedra presidencial. Se empeñó posteriormente Francisco Gregorio Billini, en realizar la bella idea de Martí, relativa a los maestros ambulantes, y el poder se le fue de las manos, sólo recordado históricamente, por la ejemplaridad de su discurso de renuncia.

Ya no corren los tiempos de Espaillat ni de Billini, pero sería ingenuo ignorar las dificultades a las que tendrá que darle cara al electo Presidente Doctor Leonel Fernández Reyna, porque dirigir democráticamente a un país como el nuestro, es en sentido activo de la palabra, capitanear una embarcación permanentemente azotada por inesperadas tormentas.

La libertad y la democracia, son positivamente, preciosas conquistas de la humanidad contemporánea. Pero no a la manera de como se toma una plaza fuerte, que una vez rendida, quienes la han ocupado imponen la ley del más fuerte. La libertad y la democracia exigen de quienes la practican, la posesión de condiciones, sin las cuales no pasan de ser caricaturas grotescas, a la manera de los reyezuelos africanos, que suelen usar vestimentas, como si fuesen lores ingleses. Y tal parece por lo que se aprecia, que no son pocos los políticos criollos de la contemporaneidad, a quienes solo les falta exhibirse, portando en sus manos los cráneos de sus enemigos.

En el mes de abril del 1916, el más sobresaliente de nuestros escritores el siglo XX, don Américo Lugo, emitió unos conceptos, en una carta dirigida al General Horacio Vázquez, conforme a los cuales, «la falta de cultura política del pueblo, nos ha impedido transformarnos en una Nación».

«No somos una nación, un pueblo o un estado, ni nos comportamos como si lo fuésemos», subrayó don Américo. A lo que nosotros añadimos, por recientes ejemplaridades, que noventa años después de lo escrito por el doctor Lugo, los dominicanos del presente aun no hemos asimilado la sentencia del señor Hostos, conforme a la cual «civilizarse no es otra cosa, que elevarse en la escala de la racionalidad humana. Tal parece, que constituimos una sociedad que está enferma, por no decir que está drogada, o que está loca.

Dentro de algunos días, el Presidente electo comprobará -pues tal parece que no lo comprobó en su ejercicio anterior-, las dificultades que conlleva preservar la gobernabilidad en países como el nuestro, caracterizados por las máscaras y las paradojas. Y en más de una ocasión se cerciorará de que para preservar la gobernabilidad, el jefe del Estado tiene que pasar, inclusive, por sobre las Himalayas de las conveniencias.

El poder político tiene corrientes subterráneas, que a veces son veneros cristalinos, pero en no pocas veces son aguas cargadas de inmundicias. Por ello, como se sabe, el general Pedro Santana le tenía miedo a las intrigas de los capitaleños, y se refugiaba en sus posesiones rurales de El Prado, en el Seybo. Para nosotros, conforme lo consideremos, el próximo Presidente de la República, tendrá que buscar refugio, en la propia soledad del poder.

Para preservar la gobernabilidad, en una democracia inorgánica, como la que actualmente nos rije, hay que tener presente, de acuerdo con las experiencias de cada día, que los Códigos, los sistemas, los estatutos, son obras muertas. Y que lamentablemente, en el inicio del siglo XXI, hay que tener presente al sentencioso general Lilís. «En este país no es posible gobernar meando agua bendita», dijo este en una ocasión.

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