No es casual. Las acusaciones, recusaciones, insinuaciones, los jaqueos… si son vistos de manera general, es inevitable concluir que bien pudiera tratarse de una campaña de descrédito que buscaría crear un clima de enrarecimiento alrededor del proceso electoral que tendrá lugar este 18 de febrero.
Y es que cuestionar el presunto uso de recursos públicos en campaña, oponerse a inauguraciones de obras en este período electoral y exigir transparencia e igualdad de condiciones para competir es correcto. Es importante que la oposición juegue su rol porque eso fortalece las instituciones y la democracia, pero de ahí a incurrir en lo citado en el párrafo anterior es mucha la diferencia.
De hecho, hacerlo es una jugada triplemente peligrosa. Primero, quedan evidenciados porque es innegable el esfuerzo del Tribunal Superior Electoral y de la Junta Central Electoral para que las elecciones queden bien.
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En el caso del TSE falló a tiempo los recursos pendientes y en lo que respecta a la Junta, ha cumplido el calendario electoral, ha mantenido una actitud de apertura y diálogo con los partidos, ha realizado auditorías a los equipos tecnológicos, corrigiendo los errores identificados, y ha colocado en los medios de comunicación una campaña educativa de cómo votar.
En segundo lugar, en la parte política, pudiera mandar el mensaje que se trata de una especie de pre-pataleo electoral, tal vez por el manejo de números no favorecedores de cara a las inminentes elecciones.
Tercero, y he aquí el mayor riesgo, atenta contra el principal goals y contra la gallina de oro que tiene la República Dominicana: su estabilidad política y social.
Y es que hace décadas que República Dominicana ha estado en el grupo de países latinoamericanos que han liderado el crecimiento económico en la región. Uno de los elementos que ha sido clave para lograr este desempeño es la inversión extranjera, altamente atraída por el mercado dominicano debido a un conjunto de factores en el que la estabilidad político-social es uno de los más dominantes. Es tanto así, que si se hace un paneo rápido por la región, se llegará a la conclusión que este es uno de los países más estables.
Ahora bien, eso no significa que esta estabilidad política no tenga muchísimas oportunidades de mejora, pues viene acompañada de una alta desigualdad social y una concentración importante de la productividad que todavía no llega, en una proporción justa, al trabajador. Esto porque el desafío no es solo el crecimiento económico, sino también el desarrollo humano.
Sin embargo, apostar al caos en un momento en que una parte de los partidos tradicionales están desacreditados y otra parte de los alternativos no están articulados, sería un suicidio, un harakiri, porque estaríamos hablando de abrir una compuerta por la que pudieran entrar outsiders populistas y represores.
Basta mirarse en los espejos de otros países. En el debilitamiento democrático e institucional de El Salvador, en la incapacidad de articulación de los sectores socio- políticos en Haití y en los experimentos políticos de Argentina.
En fin, en República Dominicana, los actores políticos tienen que entender que el país avanzará en la medida que seamos capaces de entender que el todo es más grande que las partes y que los intereses particulares no deben anteponerse al interés colectivo y el bien común. De no hacerlo, podrían terminar matando la gallina de los huevos de oro.