La gansterización de lo público

La gansterización de lo público

Rolando Masferrer militó en sus años juveniles en el Partido Socialista Popular y antes de degradarse en un orquestador de turbas al servicio de gobiernos autoritarios en Cuba, alcanzó un asiento en el Senado. Orientó incorrectamente su conducta política, antes de servir de artífice del acuerdo entre Santos Traficante y Meyer Larsky, se definió como el jefe militar de la expedición de Cayo Confites en 1947. Sus locuras y fascinación por reprimir a sus adversarios le llevaron a organizar un ejército de rufianes, conocidos como los “tigres de Masferrer” y una bomba colocada en su automóvil en 1975 lo despedazó en las calles de Miami.
El ir y venir entre la etapa final de Trujillo y el regreso de Balaguer en 1966 encontraron en José Antonio Jiménez (Balá) una expresión descabellada del poder moribundo capaz de utilizar un club de delincuentes para entrarle a palos a los jóvenes del país que rechazaron la tiranía y se resistieron a los primeros resultados electorales post guerra de abril. El inefable Balá, azotaba los barrios capitalinos con sus paleros, y condenado por los tribunales, gozó del “desliz” del general Despradel Brache que siendo Jefe de Policía esgrimió haber autorizado la salida en noviembre de 1965 a un paquete de asesinos porque “confundió” la voz del entonces presidente García Godoy. Entre los liberados estaban los responsables de la muerte de las hermanas Mirabal y Balá. Sus días terminaron cuando un comando del MPD le propinó cuatro balazos en 1968.
Tanto Masferrer como Balá, expresaron una descompuesta modalidad del poder que retrata una época aberrante. Con el paso de los años, los esquemas han sufrido transformaciones que llegan a la sangre en la medida que el modelo comienza a experimentar un rumbo traumático. Y de paso, desde el gobierno y en la lógica de los partidos se ha ido construyendo una sed por la masificación que, desprovista de carga ideológica, obliga a crecimientos sin fiscalización del talento y material humano donde mansos y cimarrones andan afanados por conseguir el gobierno, y si se tiene, retenerlo sin importar métodos.
Los últimos acontecimientos asociados al ejercicio público y reveladores de los vericuetos de la corrupción gubernamental podrían explicarse desde una perspectiva gansteril. Ventajas del poder, mecanismos de acumulación desde la administración gubernamental y reacción violenta ante la posibilidad de desmantelar todo el tinglado de acumulación opulenta. En definitiva, es un sistema colapsado sin élites dirigentes en capacidad de entender que, más allá de colores partidarios, lo único decente consiste en el fortalecimiento de los mecanismos institucionales y sus respectivas sanciones. Sin olvidar que cuando el político pretende combinar su comportamiento con el afán por el dinero establece las bases de un derrumbe moral que no tiene retorno.
En el país, cualquier ciudadano tiene acceso a información privilegiada y sabe perfectamente los abruptos incrementos patrimoniales. No hablo de los excesos administrativos que se conocen en la prensa sino de la efectiva observación que no es sancionada por la formalidad jurídica, pero es materia prima de murmullos, impugnaciones y pieza de sanción social.
¿Acaso no indigna el escándalo de los scanners en la JCE, el reconocido cabildero que se le grabó chantajeando a un empresario de los combustibles, los 500 millones adelantados para reconstruir el malecón de Nagua, el senador de la línea noroeste que sus negocios no pagan impuestos, la auditoria “modificada” a petición de una figura esencial del oficialismo a la gestión de un ministro y miembro del comité político, el proceso de concesión del puerto de Puerto Plata, los montos procurados para visados a cubanos y chinos, los retardos para condenar a los hijos de políticos vinculados al fraude aduanal en Santiago?
En los hechos, nos gansterizamos!

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