Hay una leyenda del budismo zen japonés, originada en el taoísmo, que ofrece un testimonio extraordinario de la energía obtenida en la vida cuando se está en armonía con el tao, o sea con ese camino del medio que es el equilibrio y la flexibilidad.
Eso mismo ocurre con la historia del AGato milagroso@ en la que no es la fuerza o la maestría guerrera la que finalmente permite vencer a la rata, sino el estar en paz en la mitad del ser, en el cual han quedado zanjadas todas las contradicciones. El viejo y sabio gato duerme todo el día y no hace nada porque su sola presencia espanta a las ratas.
Me quedé pensando en esta frase que leí en ASofía@ de Susane Schaup AAspectos de lo divino femenino@ a raíz de esas confesiones que va desgranando Enriqueta FaberBCavent en AMujer en traje de batalla@, o lo que plantea la sueca Marianne Fredrikson en ALas hijas de Hanna@cuando dice Alos pecados de los padres repercuten en los hijos hasta la tercera o cuarta generación.(Y) heredamos patrones de conducta, la conducta misma, y aún maneras de reaccionar, mucho más de lo que nosotros queremos reconocer. No ha sido fácil darse de cuenta de esto y asimilarlo, y es que es mucho lo que se nos Aolvidó@, lo que desapareció en el subconsciente cuando los abuelos paternos y maternos escaparon de las granjas, las casas y las casonas donde sus familias habían vivido durante generaciones@.
Pensé en las rivalidades cotidianas femeninas en las que una vive, pensé en el mundo de mujeres donde me crié y en la lectura tracé mis paralelos.
Mi madre, fue la última hija de ocho hermanos. Dos varones y seis mujeres, de los cuales la única que se casó fue ella.
Los vecinos y amigos del barrio en son de broma decían que era la nena que tenía seis mamás. Así quedé. Teniendo que resolver los conflictos de seis maternidades, cinco de las cuales fueron simbólicas y se vivieron vicariamente a través de la hermana menor.
Seis mujeres distintas en todo. En edad, en humores, en personalidades, en sentimientos y sobre todo en experiencia.
Como comprenderán quedé tronada de por vida pero ese tornillo flojo que me hizo cometer errores colosales, también me permitió sortear con las experiencias de seis mujeres distintas el largo viaje que es la vida y que se acaba con la muerte.
Cuando terminé de leer de Jean Shinoda Bolen ALas diosas de cada mujer. Una nueva psicología femenina@ convoqué a cada una de mis tías y a mi madre y en cada una de ellas encontré ese arquetipo femenino que siempre aparece en determinada época de la vida o de las circunstancias.
Haber nacido y convivido entre aquellas mujeres del sur, nacidas en Argentina, descendientes de italianos, indios y españoles, a principios del otro siglo en un país con historia tan larga y pesada fue una escuela de vida. Esa educación sentimental que los románticos del otro siglo querían para sus jóvenes artistas y poetas.
Más tarde, con el transcurrir de la vida, el intercambio con otras mujeres me demostró que haber nacido en aquel gineceo bonaerense me preparó para entenderlo todo, para aguantarlo todo, para sortear las desgracias como un torero, para armarme como un puercoespín ante el ataque y también para aprender a lidiar con situaciones que sólo con el pasar de la vida pude comprender.
Era una familia típica de clase media argentina, hijos de una directora de escuela y un funcionario del Ministerio de Agricultura, que era a su vez hijo de un indio bastardo, hijo de una cautiva y un cacique tehulche, y de una italiana que lo abandonó en 1900 harta de que la maltratara.
Que leía sin tregua, que aprendió el francés como autodidacta, que tenía una biblioteca descomunal pero que se murió a destiempo con sólo 49 años y que pervivió en el recuerdo de mi madre cuando le cortó su hermosa cabellera y la enfrentó a un espejo para que se viera castrada.
Mamá me contaba cómo a los veinticuatro años, en 1943, se escapó de la casa de las hermanas y se fue a vivir a una pensión de Buenos Aires, cómo las hermanas la borraron del cuadro familiar porque era rebelde, puta y transgresora, porque eso que había hecho era algo inaceptable y Ael qué dirán importa@.
Mi nacimiento fue como fumar la pipa de la paz en aquella familia que vivía terribles pero enmudecidos conflictos. Mamá nunca se recuperó de haber regresado y esa fue una traición a sí misma de la que nunca se cansó de abominar. Aceptó regresar conmigo en los brazos a instancias de mi padre que hizo que zanjaran el antiguo rencor pero que significó para ella la claudicación final. Creo que se murió en 1951. No se murió el 18 de julio de 2002, no, ella se murió cuando regresó conmigo en los brazos a la casa de las hermanas solteronas, y abdicó de su libertad proclamada cuatro años antes.
La vida de todas esas mujeres me fue enseñando lo noble, lo falso, lo bueno, lo artero, la trampa, la generosidad, el engaño, la bajeza, la envidia, la entrega, la conspiración, el recelo, la zancadilla, la cuchillada artera, la manipulación, pero sobre todo el silencio.
En silencio, aquellas seis mujeres se infligieron horribles heridas espirituales, se agredieron moral y psicológicamente a lo largo de toda su vida.
Vivieron en ese silencio al que nos han condenado por género, donde lo que no se nombra no existe. El silencio de vivir en el engaño que no se examina, y que por tanto más que favorecer nuestra supervivencia la amenaza.
Muchas veces al releer libros o leer nuevos textos pensaba que algunos personajes femeninos tenían las características de alguna de mis tías. Cuando leí AEl dios de las pequeñas cosas@ lloré al leer la muerte de Amú y pensarla a mi madre o me encolericé hasta las ansias homicidas al leer la traición de la tía Bebe Kocchama y asociarla a su hermana mayor.
Después la vida me fue poniendo distintas mujeres que me eran familiares porque reunían las luces y sombras de las mujeres de la casa.
Habían sido tan nobles o tan canallas, habían alimentado y protegido o habían sembrado cizaña y discordia. Cuando distintas mujeres desde diversas veredas me traicionaron, por envidia, por recelo, por competencia, o por ese lado oscuro que todas tenemos pero que pocas veces nos animamos a dejar salir, no fue sorpresa. Es que ya venía preparada para enfrentar esas múltiples mujeres que nos habitan, con sus luces y sus sombras, con su furia destructora o con su generosidad de Pachamama.
Como quedé tronada para siempre, a mí me queda como un corredor de la memoria y cuando leo un diario, un libro, una revista, me cuentan una historia por el correo electrónico o me mandan artículos por internet, la carretera de la memoria se me activa como si tuviera un piloto automático en alerta contínuo.
Las antenas codifican viejos nombres de la traición y la ignomia pero no se activa por venganza ni retaliación.
No. Casi diría que después del desprecio me sale una enorme piedad.
Reflexionando sobre lo que leo en la prensa no creo que haya un feminismo contaminado. Lo que hay es una comprensión de la sociedad, de la historia de la mujer desde hace miles de años. Pero hay sobre todo una comprensión de la condición humana. Hay buenas o malas personas. Hay hombres y mujeres íntegros, con ética, con integridad moral, así como hay mujeres generosas intelectualmente, proteicas, dispensadoras de vida y de ejemplo. Hay mujeres valientes, honorables, hermosas de espíritu. En todas hay una actitud ética, un compromiso ante los otros y una fidelidad a sí mismas irrenunciable
Muchas veces la prensa local registra las ciénagas sociales, la cloaca sucia donde se bate el lodo de la farsa y la impostura.
Como el gato milagroso yo creo que una debe dormir al sol como una gata sabia mientras alredededor las ratas se devoran entre sí porque son malas artistas, peores escritoras y pésimas poetas. Esencialmente porque son malas personas y su obra registra como un sismógrafo de las tormentas su mala fe y mediocridad.
Su futuro puede predecirse leyendo el espejo que refleja la experiencia de las mujeres de mi casa. Mirado a la distancia, de aquellas seis mujeres del pasado argentino sólo viven dos. Casi tienen 100 años cada una y están solas en compañía de su maldad y resentimiento. No tuvieron novios, amantes, maridos ni hijos, la única sobrina les dio la espalda y se fue al exilio llevando en el equipaje el legado de la madre y dos tías adorables, los sobrinos varones hace tiempo que se alejaron. Nadie las recuerda con ternura sino con un sentimiento de rechazo y hastío.
Es posible que el patriarcado haya hecho que las mujeres se convirtieran en maestras del fingimiento y el engaño como forma de superviviencia. Pero también es cierto que hemos desarrollado una extraordinaria capacidad para decir la verdad, para reflejarla en el cuerpo que no miente o para al menos murmurarla.
Siempre podemos hacer arder el fuego de la solidaridad verdadera entre mujeres, hacer brillar el recuerdo de las que acertaron y también de las que se equivocaron con hidalguía.De las otras sólo nos queda contarlas una y otra vez hasta la saciedad, recoger el guante como diría Marguerite Yourcenar y sentarse a relatarlas de manera lúcida pero sin misericordia.
Matar la derrota de su traición con un cuento, con un poema, con un artículo, con una novela y como una vieja gata sabia tenderse al sol porque es el mejor desinfectante que demuestra que Ano hay verdad más armada que la pura inocencia@.