La gatita de la María aquella

La gatita de la María aquella

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
En nuestro país el ridículo, la zancadilla, la mentira, la fuerza de cara, las dobles intenciones, la puñalada trapera y toda suerte de bajezas, han sido elevadas a la categoría de arte.

La descalificación forma parte del lenguaje de personas que, con su cara de yo no fui, manifiestan propósitos que nunca han tenido y clavan la daga de su traición en el cuerpo del país, con un discurso digno de mejores causas.

El pueblo concurrió a votar en forma ordenada, disciplinada, decente.

Antes del día de las elecciones, partidos, una parte de la Iglesia Católica, diplomáticos extranjeros en ejercicio del inexistente derecho a la intervención en asuntos dominicanos, comerciantes, dirigentes de los empresarios y, por supuesto, el Gobierno, iniciaron un ataque sistemático y despiadado contra la Junta Central Electoral.

Se intenta callar la compra de candidatos, se quiere olvidar los chaqueteros que vendieron su alma, su conciencia y su honor (si es que alguna vez lo tuvieron), se echa tierra y cal sobre el uso desmedido de recursos del Estado a favor del partido que está en el Gobierno.

Es oportuno hablar de la desorganización de partidos que no fueron capaces de cumplir, fielmente, con plazos fatales establecidos por la Ley Electoral.

Se precisa analizar la rebatiña por posiciones en las boletas o por la exclusión de dirigentes meritorios a quienes se sustituyó de manera medalaganaria.

Ningún partido, ni candidato, rinde cuentas reales y veraces sobre la cantidad de dinero que invierte en una campaña electoral, ni mucho menos se atreve a hablar de la procedencia de esos recursos.

Tampoco los candidatos hablan verdad cuando se refieren a la razón real por la cual quieren ocupar puestos públicos en cuyas campañas invierten más dinero que el que ganarán honesta y legalmente, durante los cuatro años de su ejercicio en el puesto.

Los comerciantes tampoco hablan de cuánto invierten en las campañas electorales para comprar favores futuros en el Congreso, en los Ayuntamientos, en la Presidencia de la República.

La politiquería, las ambiciones desmedidas, el atrevimiento proverbial de los ignorantes, la fuerza que proporciona el dinero, no importa cómo haya sido adquirido, y el constante ejercicio de faltar a la verdad, rinden frutos que se ven en el cambio que sufren partidos y candidatos cuando pasan por el gobierno y asaltan las arcas públicas con la mayor de las desvergüenzas, sin que haya castigo para la corrupción.

Lo peor es cómo se acepta en la primera fila de los templos, en la directiva de clubes exclusivos, en la cátedra universitaria, en la cúpula de los partidos, a tantas personas que, de un día para otro, se convierten en señorones del dinero, del poder y, en muchos casos, del abuso.

Todo eso está presente en la sociedad de hoy. En medio de tanta podredumbre, que no es un invento de los curas, empresarios, profesionales, políticos de hoy, los cañones que dispararon contra la composición de la Junta Central Electoral erraron el blanco.

Se llenaron la boca de inmundicias para tratar de descalificar un grupo de jueces, a quienes se acusa de pertenecer y, si acaso, favorecer a un partido político.

Resulta que esos jueces son tan torpes, o tan nobles, tan brutos o tan serios, que han organizado dos elecciones que fueron ganadas por el partido contrario a sus, reales o supuestos, intereses partidarios.

Ello es la prueba más patente de la seriedad de la dama y el grupo de hombres que hoy forman la Junta Central Electoral. Ojo con sus detractores que algo malo ocultan.

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