La gente

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CHIQUI VICIOSO
«Y la vida sigue penando sobre colinas desnudas. Y la alta indiferencia se mueve en el antiguo salón de la clase cursi.» Con el viejo Ezra Pound ya hacia rato que venia deambulando de habitación en habitación. En la terraza, en medio del despliegue de orquídeas, bromelias y finas piezas de artesanía hindú, las damas se observaban de reojo para evaluar la calidad de la ropa, las pulgadas de más o de menos en las cinturas, la manicure, la pedicure y la calidad de las sandalias, entre soufflé de camarones, langostinos y canapés de caviar y espinacas, todo acompañado de buen vino blanco.

El tema de conversación era más o menos el de siempre: las peripecias familiares con esposos, hijos, nietos y sirvientas, y los retiros espirituales, con sacerdotes que tienen un carisma fantástico, o un don del Espíritu Santo.

Los caballeros se encontraban, como es debido, en otro salón, para mi disgusto porque allí estaba el aire acondicionado, y hablaban de la situación nacional, la economía y la política hasta que entré yo, y entonces, un empresario muy amigo me espetó: «¿Tú sabes cual es el problema del informe de desarrollo humano de Ceara y el italiano? Presumir que nosotros tenemos una ‘responsabilidad social que no cumplimos’ y por eso el país está como está.

«¿Por qué tenemos nosotros que preocuparnos por ‘un pacto social con los más pobres?’ Yo creé mi empresa, me gano mis cuartos y los gasto como estimo conveniente, y lo que pasa después de eso ni me va ni me viene.»

Sorprendida agradablemente con este exabrupto (impensable en hombres de una clase que asume que las mujeres no piensan política ni económicamente hablando), recurrí al recurso de Sherezada y le dije: te voy a contestar con un cuento:

Yo venia desde Puerto Rico y me tocó al lado un hombre joven y muy simpático que enseguida me entabló conversación. Como el vuelo era corto decidí no leer lo que tenía programado y corresponder gentilmente a su locuacidad. Se trataba de un veterinario, experto en crianza de ganado, que por su reputación era contratado por grandes hacendados del país como asesor en la crianza de toros y vacas de buena raza.

Como de eso no sé nada le presté suma atención a la descripción de su oficio (limpieza, vacunas, alimentación y hábitat del ganado) cuando, ya entrando en confianza, me expresó su opinión sobre los hacendados dominicanos: «Yo no los entiendo», me dijo con candidez.

«Fíjese, la última vez que vine el que me contrató me reclamo que por qué, si las vacas estaban en un sitio limpio, con piso de cemento, buena iluminación y tenían sus vacunas, se seguían enfermando.

«Entonces le llamé la atención sobre el único elemento que no había tomado en cuenta: los cuidadores de las vacas, y le pedí que me acompañara.

«Primero, le hice observar la evidente desnutrición de esos hombres, la suciedad de su vestuario, y la dentadura. Después le pedí que me acompañara a sus casuchas, con piso de tierra, sin suficiente ventilación, sin agua y sin luz ni servicios sanitarios.

«Todas informaciones corroboradas por el Informe Nacional de Desarrollo Humano, República Dominicana 2005, según el cual, la provisión de servicios sociales básicos en los bateyes agrícolas del Consejo Estatal del Azúcar –y yo anadiria, en las grandes haciendas– son muy precarios y restringidos.

«En los 80 el servicio de energía eléctrica era prácticamente inexistente. Lo mismo se puede señalar con respecto a los servicios de agua potable.

«Las letrinas colectivas y el cañaveral son usados por la población para el deposito final de excretas… La mayoría vive en barracones y menos de un cuarto vive en casas adosadas unas a las otras.

«Las dos terceras partes no disponen de infraestructura sanitaria y la mitad de la población se abastece de agua de los ríos.

«Los servicios de educación y salud son precarios. En salud, el 16% de los bateyes no recibe asistencia, solo el 4% tiene dispensarios, el 3% clínicas rurales y las boticas populares operan apenas en el 2% de estas comunidades. En cuanto a la educación, en el 30% de los bateyes no se ofrece educación formal, lo cual explica que un 33% no sepa leer ni escribir).

«Y, (continua el veterinario), le pregunté: ‘Usted ha averiguado si los cuidadores tienen alguna enfermedad? ¿Tuberculosis, anemia, parásitos, SIDA?’

«No se le había ocurrido.

«Entonces (continúa), volví a preguntarle: ‘¿Cómo puede asegurar que las vacas estén sanas si quienes las cuidan quizás no lo están?’

«Le recomendé de inmediato que así como le había construido a las vacas lugares limpios, con luz eléctrica, ventilación, y piso de cemento, hiciera lo mismo con los trabajadores.

«Le pusiera pisos de cemento a sus casas, luz eléctrica, les fabricara una ducha común, si no quería invertir en instalaciones sanitarias, y un comedor aunque les cobrara una tarifa por la comida.»

–¿Y lo hizo?

«No, se molestó y me despidió…»

–¿Y las vacas?

«Se siguen enfermando y él sigue gastando un dineral en veterinarios, ¿sabe por qué?»

–Porque según él, el problema es la gente…

«Y yo le respondí que su problema es que los japoneses aun no han inventado robots que cuiden vacas.»

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