La gente comienza a considerarlo un «Yankee»

La gente comienza a considerarlo un «Yankee»

POR SAM BORDEN
Del Daily News

La presión de Nueva York, un nuevo equipo y el centro de la prensa del mundo, había convertido al superestelar de los Yanquis Alex Rodríguez en un hombre que su esposa casi no reconocía. Había noches en la temporada pasada en las que Alex llegaba a la casa y Cynthia Rodríguez solo lo miraba.

“Fue una gran transición”, dice Cynthia. “Nadie realmente puede entener lo que fue… Creo que él no estaba preparado. Creo que Alex no estaba preparado mental o emocionalmente”.

¿Estaba enfermo? ¿Lastimado? ¿Dónde estaba el hombre confiado con el que se había casado, el mejor pelotero del béisbol?

Estaba promediando .253 a finales de abril. No estaba bateando en el clutch. Era un tipo solitario en el clubhouse.

“Seré honesto contigo”, dijo Cynthia la semana pasada en el restaurante del Kauffman Stadium mientras los Yanquis jugaban contra los Reales. “El iba a casa y me preguntaba si lo había visto”.

En una amplia entrevista con el Daily News, Cynthia Rodríguez ofreció la primera explicación tangible de cómo la terapia y la familia han ayudado a que Rodríguez finalmente se sienta en casa en Nueva York.

“La familiaridad es la diferencia más grande. Saber la forma de ir al estadio, conocer el clubhouse, el vecindario, sentirse en casa”, dice Cynthia. “El año pasado fue como un largo viaje por la ruta. Y este año, cuando vamos a Nueva York, nos sentimos en casa”.

Quizás habló de la presión y del escrutinio constante en sus sesiones de terapia que recientemente reveló que son parte de su “mantenimiento” diario. Después de todo, cada minuto de su vida – la búsqueda del padre que lo abandonó de niño, su relación con Derek Jeter, lo que hacía hace cinco minutos, todo.

“Nunca me preguntó qué habíamos hecho”, dice Cynthia, quien dio a luz la primera hija de la pareja, Natasha, en noviembre. “Yo le preguntaba si pensaba que había hecho lo correcto, si estaba contento y me respondía que sí, que sabía que había tomado la decisión correcta”.

Al recordar esas escenas con su esposa, Alex se ríe. “Era diferente para ella, porque nunca me había visto tan mal”, dice. “Ella me preguntaba cómo estaban las cosas y yo le decía que todo iba a estar bien. Y al final, así fue”.

La semana pasada Alex estaba sentado en el clubhouse de los visitantes en Kansas City, con sus pies encima del vestidor, y un bate en sus manos, habiendo terminado su mejor mes con los Yanquis. Promedió .349 en mayo, con ocho jonrones y 22 empujadas.

Fue nombrado Jugador del Mes. Ya es un contendor para el MVP y busca convertirse en apenas el jugador 40 en llegar a 400 jonrones (tiene 398).

Lo que sucede es que todo esto vale poco en comparación con esto: Por primera vez desde que llegó a Nueva York, se siente bien consigo mismo.

“Este año lo veo jugar y me doy cuenta que él está de vuelta”, dice Cynthia. “Porque el año pasado yo ni lo conocía”. 

BUSCA EDUCACION

Era el primer día de clase en la universidad de Miami Dade. Un caluroso día de invierno en 1997, el Dr. Ernesto Valdes entró a su clase y miró las filas de estudiantes. Inmediatamente reconoció al muchacho delgado tratando de esconderse en la última fila. El conocía a Alex Rodríguez, el torpedero de 22 años de los Marineros, que quería esconderse. Valdes lo descubrió.

“El pasó fila por fila y básicamente la pregunta era: “¿Cuál es tu nombre, qué haces y que carro manejas?”, Alex dice, riendo. “Y yo me dije a mi mismo, ‘Dios, cómo paso desapercibido as풔.

No había opción. Así que se puso derecho, esperó su turno y aclaró la garganta. “Soy Alex Rodríguez, de familia dominicana. Nací en Nueva York, juego para los Marineros de Seattle y conduzco una Range Rover”.

“Todo el mundo se dio vuelta”, dice, moviendo su cabeza rápidamente. “Me sentí como un árbol de Navidad en ese salón”.

Pero Valdes estaba más interesado en lo que motivaba a este estudiante en particular.

“Esta era una clase de redacción”, dice el profesor. “Se concentra en los ensayos… Escribimos muchas cosas. Y Alex nunca perdió una asignatura”.

“Me encanta escribir”, dice Alex. “Soy un caballo escribiendo, pero me encanta hacerlo. Es algo en lo que siempre he querido mejorar”.

Recibió una B-, dice, o quizás una A-. No se recuerda. Valdes no dice. No importa, porque el proceso fue la victoria para Alex en aquel entonces, haciendo algo que nadie esperaba que hiciera y lo hacía bien, como cuando se movió a tercera base el año pasado.

Cyinthia recuerda descartar esa propuesta. Alex era el mejor siore del béisbol. No aceptaría un movimiento, ¿verdad?

“Me sorprendió”, dice. “El me dijo que se sentía bien con lo que había hecho y estaba listo para un nuevo reto”.

El tomó otra clase ese mismo invierno, una gubernamental. Conseguir su título universitario es un proyecto a largo plazo, algo que confrontará una vez que termine con el béisbol. El ha trabajado con la Universidad de Miami para desarrollar un curriculum por correspondencia que le permita tomar clases por correo durante la temporada y asistir personalmente cuando esté de vuelta en Florida.

“El respeta a la gente que tiene credenciales”, dice Cynthia. “Me dice que no podría decirle a sus hijos sobre la importancia de la universidad si él mismo no asistió”.

LA IMAGEN

Hubo muchos comentarios de los Medias Rojas de que Alex era un “payaso” o no un “verdadero Yankee”. También estuvo la conmoción de la jugada en los playoffs el otoño pasado cuando tumbó una pelota.

Y luego vino la revelación de su terapia.

La imagen siempre ha sido un problema para Alex. La mayor parte del tiempo, él se ve como si estuviera enmarcado. Sabe articular bien sus palabras. Es un atleta brillante y tiene mucho dinero.

Esto “le pica” a muchas personas. Cuando Alex y Cynthia hicieron una donación al programa de Sociedad de Ayuda a los Niños en Washington Heights el mes pasado y Alex le habló a los niños sobre el por qué no debían avergonzarse al hablar con los terapeutas – porque él también lo hace – y todo se convirtió en noticias.

Algunos dijeron que parecía demasiado conveniente, los Medias Rojas estaban cerca de ir a Nueva York y todo parecía un movimiento de relaciones públicas.

Alex rechaza la noción. Dice que solo le importa lo que algunas personas piensan de él: su familia, amigos y compañero de equipo.

Cynthia se ríe de la idea de que la donación haya sido un montaje, especialmente porque fue su idea.

“Queríamos abrir una facilidad en Washington Heights porque Alex salió de allí”, dice. “Y como mi campo es la psicología, le dije que pensaba que sería una buena idea de que en vez de buscar algo donde se hagan deportes, los niños puedan buscar consejería. Pueden tener terapia en grupo y de familia y de esa manera realmente se pueden cambiar las dinámicas de la comunidad”.

Cynthia, quien tiene una maestría en psicología, simplemente pensó que la admisión de su esposo ayudaría a los niños.

“El podía haber sido uno de esos niños ahí”, dice. “Vi sus caras. Ellos han conectado con él. Fue uno de los momentos de orgullo que he tenido con él”.

ALEX EL PAPA

Después de la mayoría de los juegos de la temporada pasada, Alex se quedaba despierto al llegar a su casa y veía la retransmisión del partido que acababa de jugar.

“No hay similitudes con venir a Nueva York bajo la luz en la que yo llegué”, dice. “Sé que para mucha gente era una situación en la que no podía ganar. Si empujas 150 carreras y pegas 50 jonrones y ganas la Serie Mundial, esa es la única forma en la que te van a aceptar y yo sabía a lo que venía”.

Este año ha bajado la guardia un poco, ya no ve los juegos todas las noches. “Si tengo un gran juego, lo veré; si me va mal, no”, dice.

En vez de eso, trata de pasar un tiempo en la noche con Natasha. “Cualquier padre le dirá que el dormir es algo importante”, dice Cynthia. “Y ella se acuesta a las 7 y ya no duerme más. Cuando Alex llega a la casa y quiere despertarla, me vuelve loca.

“Es duro, porque lo entiendo, sé que él debe extrañarla”, añade Cynthia. “Yo también quería despertarla. Pero le digo que no lo hace y entonces me dice que solo va a darle un beso. Y de repente ella se levanta y él me jura que no hizo nada”.

Alex floja el bate cuando habla de Natasha.

“Al verla a los ojos, todo se hace más fácil”, dice. Momentos después, vuelve a apretar el bate y se para de su silla.

De vuelta a trabajar. Sonriendo.

VERSIÓN DIONISIO SOLDEVILA BREA

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