ROMA — El fracaso de Estados Unidos a la hora de contener los contagios de coronavirus en el país ha provocado desconcierto y alarma en Europa, mientras el país más poderoso del mundo se acerca a un récord global de 5 millones de contagios confirmados.
Quizá en ningún lugar fuera de Estados Unidos se ve la fallida gestión estadounidense con más consternación que en Italia, que fue la zona cero de la epidemia europea. Los italianos no estaban preparados cuando el brote estalló en febrero, y el país sigue teniendo una de las peores cifras oficiales de muertos, con 35.000 fallecidos.
Pero tras una estricta cuarentena de 10 semanas, un cuidadoso rastreo de nuevos brotes y una aceptación generalizada del uso de mascarillas y el distanciamiento social, Italia se ha convertido en un modelo de contención del virus.
“¿No les preocupa su salud?” preguntó sobre los estadounidenses Patrizia Anotnini, equipada con una mascarilla para pasear con amigos junto al lago Bracciano, al norte de Roma. “Tienen que tomar nuestras precauciones (…) Necesitan una cuarentena de verdad”.
Buena parte de la incredulidad en Europa deriva del hecho de que Estados Unidos tuvo el tiempo a su favor, la experiencia europea y conocimientos médicos sobre cómo atender el virus, ventajas con las que no contaba el continente cuando los primeros pacientes de COVID-19 empezaron a llenar las unidades de cuidados intensivos.
Sin embargo, tras más de cuatro meses de epidemia sostenida, Estados Unidos está a punto de alcanzar los 5 millones de contagios confirmados, de lejos la cifra más alta del mundo. Las autoridades sanitarias creen que la cifra real será más cercana a 50 millones, dadas las limitaciones en la realización de pruebas diagnósticas y el hecho de que hasta el 40% de los casos son asintomáticos.
“Los italianos siempre vimos a Estados Unidos como modelo”, dijo Massimo Franco, columnista del diario Corriere della Sera. “Pero con este virus hemos descubierto un país muy frágil, con mala infraestructura y un sistema de salud pública inexistente”.
El ministro italiano de Salud, Roberto Speranza, no ha evitado criticar a Estados Unidos, declarando oficialmente como “errónea” la decisión de Washington de retener el financiamiento a la Organización Mundial de la Salud y expresando su sorpresa por la gestión del presidente, Donald Trump.
Estados Unidos lidera la lista de fallecidos con 160.000 personas, los casos siguen subiendo y la resistencia a las mascarillas se ha convertido en una cuestión política. Ante esa situación, los países europeos han prohibido la entrada de turistas estadounidenses y visitantes de otros países con casos en alza.
Francia y Alemania han impuesto pruebas diagnósticas obligatorias para los viajeros llegados de países “de riesgo”, como Estados Unidos.
“Soy muy consciente de que esto infringe la libertad individual, pero creo que es una intervención justificable”, dijo el ministro alemán de Salud, Jens Spahn, al anunciar la medida la semana pasada.
En Europa también se cometieron errores, desde demorar las cuarentenas a protección insuficiente para las residencias de ancianos o un desabastecimiento crucial de material para pruebas diagnósticas y de equipo de protección para personal médico.
El virus sigue propagándose en algunos países de los Balcanes, y este mes miles de manifestantes sin mascarillas pidieron en Berlín que se suspendieran las restricciones asociadas al virus.
La afectada España, Francia y Alemania sufren rebrotes con un millar de casos nuevos al día, y los nuevos contagios en Italia pasaron de 500 el viernes. Gran Bretaña sigue registrando unas 3.700 infecciones nuevas al día, y algunos científicos dicen que los apreciados pubs del país podrían tener que cerrar de nuevo para que reabran las escuelas en septiembre sin causar una nueva oleada.
En Estados Unidos, los casos nuevos rondan los 54.000 diarios, una cifra inmensamente mayor incluso teniendo en cuenta su población. Y aunque ha bajado de los 70.000 diarios del mes pasado, los casos siguen subiendo en casi 20 estados, y las muertes aumentan en la mayoría.
En cambio, al menos por ahora, Europa parece tener el virus más o menos controlado.
“Si se hubiera dejado a trabajar a los profesionales médicos en Estados Unidos, habrían llegado a un punto de controlar esto en marzo”, dijo Scott Lucas, profesor de estudios internacionales en la Universidad de Birmingham, Inglaterra. “Pero, por supuesto, no se permitió que los profesionales médicos y de salud pública actuaran sin trabas”, dijo refiriéndose a las frecuentes intervenciones de Trump en contra de sus propios expertos.
Cuando el virus llegó a Estados Unidos, Trump y sus seguidores lo tacharon rápidamente de “bulo” o afirmaron que desaparecería con el clima veraniego. En un momento dado, Trump sugirió que la luz ultravioleta o inyectar desinfectantes acabaría con el virus. Más tarde dijo que bromeaba.
Las frecuentes quejas de Trump sobre el doctor Anthony Fauci han provocado titulares en Europa, donde el experto estadounidense en enfermedades infecciosas es una eminencia respetada. El hospital italiano que lidera la lucha contra el COVID-19 ofreció un empleo a Fauci en caso de que Trump le despidiera.
Trump ha defendido la gestión de su país y culpado a China, donde el virus se detectó en un principio, de los problemas de Estados Unidos, afirmando que sus cifras de afectados son muy altas porque se hacen muchas pruebas. Los partidarios de Trump y los estadounidenses que se niegan a llevar mascarillas en contra de todas las recomendaciones médicas apoyan ese argumento.
“No hay motivo para tener miedo de ninguna enfermedad que haya por ahí”, dijo Julia Ferjo, madre de tres hijos en Alpine, Texas, que dijo oponerse “con vehemencia” a llevar mascarilla. Ferjo, de 35 años, es instructora en un gran gimnasio en el que no permite a los asistentes llevar mascarillas.
“Respirando tan fuerte, me desmayaría”, dijo. “No quiero que la gente caiga como moscas”.
El doctor David Ho, director del Centro de Investigación Aaron Diamond contra el sida del Centro Médico Irving de la Universidad de Columbia, que lidera un equipo que busca tratamiento para el COVID-19, condenó esa clase de comportamientos, así como la gestión del virus en el país.
“No hay estrategia nacional, no hay liderazgo nacional y no se insta al público a actuar al unísono y cumplir las medidas juntos”, dijo. “Eso es lo que hace falta, y lo hemos abandonado por completo como nación”.
Cuando hace videollamadas con colegas de todo el mundo, señaló, “Nadie se puede creer lo que ve en Estados Unidos, ni se puede creer las cosas que dicen los líderes”.
Incluso la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha dado el inusual paso de criticar a Estados Unidos al instar a Washington a reconsiderar su decisión de romper lazos con la OMS. También hizo una crítica velada a los esfuerzos estadounidenses por reservar partidas de cualquier vacuna que pueda resultar efectiva, prometiendo que la UE trabajaría para conseguir acceso a todo el mundo “independientemente de dónde vivan”.
Muchos europeos señalan con orgullo a sus sistemas nacionales de seguridad, que no sólo hacen pruebas, sino que tratan gratis a los pacientes del virus, a diferencia del sistema estadounidense, donde la crisis ha exacerbado las desigualdades raciales y de ingresos para acceder a atención sanitaria.
“El coronavirus ha dejado brutalmente al descubierto la vulnerabilidad de un país que llevaba años en declive”, escribió el autor italiamo Massimo Gaggi en su nuevo libro “Crack America” (“Estados Unidos rotos”) sobre problemas estadounidenses muy anteriores al virus.
Gaggi dijo que empezó a escribir su libro el año pasado, y pensó que el título se interpretaría como un provocador toque de atención. Entonces llegó el virus.
“Para marzo el título ya no era una provocación”, dijo. “Era evidente”.