El mundo vive una situación de crisis que ha sacado de su pasividad a ciudadanos que ahora toman calles y plazas para denunciar y condenar las reglas de juego que permiten a una minoría de la política y las finanzas colocar el lucro por encima del interés primordial de las naciones. El movimiento de Los Indignados crece y unifica a la vez. La gente de a pie va al unísono en las protestas, desde Asia hasta América, pasando por Europa y Oceanía. Las sociedades se sienten heridas porque los mercados de valores, los especuladores y los grandes capitales hunden a los demás en necesidades y luego pretenden soluciones egoístas, dejando caer sobre los demás el mayor peso de los sacrificios.
Cabe destacar que esta creciente movilización de conciencias está condenado ya, en primer término, a los políticos, que parecen ser los mismos en todas partes y aparecen en la raíz de los males aunque solo fuere por la permisividad con que a veces ejercen el poder. En el microcosmo que es República Dominicana se da lo mismo que a escala mundial. ¿De qué ha servido el crecimiento de que se vanaglorian los entes partidarios si hemos seguido en los más bajos índices de desarrollo humano? ¿A dónde nos ha llevado la partidocracia desmoralizadora que genera clientelismo y que ve al Estado como botín para usufructos mientras gran parte de la nación sigue empobrecida y sale, a lo sumo, lentamente de sus precariedades?
Transparencia desde ahora
Anunciando que el proceso electoral 2012 estará abierto al escrutinio de propios y extraños, la Junta Central Electoral no está haciendo ninguna generosa concesión. Es su obligación colar el café claro, actuando en casa de cristal. Este organismo comicial no podría escapar en forma alguna a cada verificación o cuestionamiento de la opinión pública ni del colectivo político. Sus funciones y fines tienen que ser de la absoluta satisfacción de los ciudadanos. El pueblo delega en sus miembros para que hagan las cosas bien.
Pero en lo que llegan las elecciones el país quisiera que la transparencia de la JCE sea total. Que sus contradicciones internas y las dudas que emergieron de la súbita salida de un reconocido experto de cómputos del organismo queden atrás. Que las disparidades siempre encuentren acomodo y que el área de informática esté a cargo de ejecutivos aceptados por consenso.