La globalización y la educación superior

La globalización y la educación superior

Jesús de la Rosa
Para reinsertarnos favorablemente en una economía global de mercados abiertos a la competencia internacional debemos mejorar sustancialmente nuestra competitividad; de aquí a unos cuantos años debemos de pasar de la explotación de mano de obra barata a la incorporación de valores agregados mediante la producción y el uso de avanzadas tecnologías.

Nuestro país no debe ser un sitio de negación de derechos y de bajos salarios, sino un país cuya participación en los mercados internacionales se sustente el elevado progreso cultural, científico y tecnológico de sus ciudadanos.

Los organismos internacionales validan el hecho de que aquí se hayan realizado esfuerzos para cumplir con los Objetivos del Milenio, a tiempo en que reconocen que el gobierno del Presidente Fernández esté sentando las bases para promover y financiar la investigación científica, para fomentar la innovación en las empresas, y para promover políticas que tiendan a la formación de los recursos humanos de alta calificación. Pero se quejan, como nos quejamos todos, de que, en la República Dominicana, el gasto público como porcentaje del PBI sea bajo, el más o uno de los más bajos de los países de la América española. En materia de educación superior, tres grandes metas deben de alcanzarse a mediano y corto plazo: estructura curricular ajustadas a las necesidades previsibles; altas tasas de egreso en nuestras instituciones de educación superior; un número suficiente de catedráticos, extensionistas e investigadores con las capacidades y las competencias requeridas por la sociedad del conocimiento y la globalización; una masa crítica de científicos y de tecnólogos; y un uso extendido de tecnologías de la información y la comunicación.

A la vuelta de unos cuantos años, la República Dominicana deberá contar con los profesionales, científicos y tecnólogos que el país necesita para insertarse con ventajas en un mundo globalizado.

Para ello, habremos de interponer entre los niveles medio y superior una nueva instancia de formación: el colegio universitario o el colegio comunitario, tal y como en los Estados Unidos se designa esa estructura. En ella, los estudiantes podrían habilitarse para continuar su formación en universidades o decidirse por una carrera técnica que les permita su incorporación en el mercado laboral. Es esa la única manera de proveer igualdad de oportunidades para el progreso personal a gentes de diferentes condiciones sociales. Es que no hacemos nada con abrirles las puertas de las universidades a gentes sin la debida formación; personas que tal o temprano habrán de fracasar en su intento de adquirir un título universitario.

Necesitamos al menos un colegio universitario o comunitario en cada municipio cabecera. En las ciudades universitarias de la UASD situadas en el interior del país podrían funcionar esos colegios comunitarios.

Los gestores de educación de aquí sabemos lo que debemos de hacer; pero, una educación de calidad al alcance de todos demanda de cuantiosas inversiones de parte del Estado, por lo que su realización o no dependerá siempre de la voluntad política de quién o quiénes nos gobiernen.

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