La gobernabilidad

La gobernabilidad

R.A. FONT BERNARD
Como lo escuchamos en la voz de un «cientólogo» criollo, la gobernabilidad de nuestro país depende de la capacidad de maniobra -diríase de la mañosería- de que esté dotado el mandatario de turno. Pero es una experiencia a la que desde los tiempos más remotos, se han referido, los autores que han perdurado como los arquetipos de la sabiduría política, a nivel universal.

El historiador y maestro de la prosa italiana de los quinientos, Francisco Guidiani, advirtió a quienes detentaban la suprema autoridad de su época, que «quienes detentan la Jefatura del Estado, no deben dejarse quitar de las manos los poderes públicos». Guidiani fue un renacentista, y como tal, influido por las ideas del sutil genio político Nicolás Maquiavelo.

Un siglo después, el español Gracian, estimaba que «el buen gobernante ha de ser como un hábil químico, que de todo sabe sacar provecho,y cambiar el veneno en específico».

En nuestro país, el General Ulises Hereaux, -el astuto General Lilis-, en una carta dirigida al General Gregorio Luyeron, entonces residente en Europa, se refirió a «la dificultad de gobernar», -la actual gobernabilidad-, significándole, con el estilo que le era característico, «si usted estuviese aquí, sobre el potro, vería a cada paso, la inercia, la terquedad, la hostilidad, la resistencia de amigos y no amigos, oponer mil protestas, dudas, intereses, sospechas, deslealtades, en fin, un cúmulo tal de obstáculos, que para removerlos, sería preciso, prescindir de todo, y en su lugar, establecer un Ejército y una guillotina» «Yo no me preocupo: me ocupo» subrayó Lilis.

Ya no corren los tiempos del general Lilis, pero sería pueril e ingenuo, subestimar la magnitud de los intereses que gravitan entorno a quienes en nuestro país, ejercen la Primera Magistratura del Estado. En el ejercicio del poder político se sabe de donde se sale, y hasta donde se querrá ir. Pero no es infrecuente, que se llegue a otra parte, porque los propósitos originalmente concebidos, pueden quedar anulados por el azar.

Alguna vez, nosotros hemos comparado el poder político, con un barco bordeado por borrascas, y a punto de naufragar, en el que el capitán puede ser arrastrado por la violencia de la tempestad, ante el resignado dejar de hacer de la marinería.

Sabemos que el doctor Leonel Fernández pertenece al reducido lote de los políticos nacionales, que leen y saben leer. Y suponemos que ha leído las «Analectas», nombre con el que se designa la obra del historiador musulmán Abud-I-Abbas al Maggihi, del siglo XVI. En ella, Tse Kung dialoga con el maestro, acerca de «las condiciones del buen gobierno». El maestro dijo: «los requisitos del buen gobierno son tres, que hayan suficientes alimentos, suficientes pertrechos militares, y confianza del pueblo en su soberano». Pero Tse-Kung preguntó- ¿Y se hubiese de prescindir de dos de ellos?. El maestro contestó: -«que sean los pertrechos militares y el alimento, porque desde antiguo, la muerte ha sido la suerte de todos los hombres, pero si el pueblo no tiene fe en los que lo rigen, entonces no hay modo de que se mantenga el Estado».

No estamos lanzando flechas, como nos acusó recientemente, un picapedrero de la comunicación, en un espacio noticioso de radio. Y no nos consideramos aludido por sus saetas envenenadas, porque como lo versificase el divino Rubén, desde jovencísimo, «mi intelecto libré de pensar bajo». Queden para otros la labor insidiosa de la carcoma.

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