Los que escribimos relatos con carga de humor tenemos una fuente inagotable de temas debido al ingenio del que hacen gala nuestros compatriotas en sus frases.
No sé quién fue el autor de la frase pero hay una gran verdad contenida en aquella expresión que afirma que “cuando el hambre da calor, la batata es un refresco”.
Cito con frecuencia la que surgió de los labios de un obrero, residente en una barriada pobre para describir la carencia de privacidad imperante en su vivienda:
-Mi casa de maderas está tan pegada de la del vecino, hecha del mismo material, que cuando uno de los dos estornuda, el otro le grita ¡salud!
Un amigo a quien una muchacha rechazó sus pretensiones amorosas, profundamente despechado decía que aquella tenía las nalgas tan elevadas, que cada vez que disparaba un escape gaseoso intestinal, desgreñaba su cabellera.
Y añadía que por esa característica de su anatomía, las nalgadas que se le aplicaban se convertían en cocotazos.
Pero de una muchacha que tenía los glúteos muy bajitos, la gente afirmaba que si daba salida a una ventosidad en un solar lleno de maleza, lo desyerbaba.
Uno de los piropos más ingeniosos y originales que he escuchado en mi matusalénica existencia surgió de los labios de una amiga, que usó para halagar a su novio.
-Por ti- le dijo- sería capaz de hacer gárgaras boca abajo.
De aquellos carentes de belleza física, se dice (y voy a suavizar literariamente la frase) que es más feo que satisfacer una necesidad fisiológica en cuclillas.
Un amigo celaba a su esposa cuarentona con un joven que laboraba con ella en la misma empresa comercial.
En una ocasión en que la dama hizo hincapié en que el muchacho, por su corta edad podía ser su hijo, el marido respondió, con expresión contrariada en el rostro:
-Saca ese pensamiento de tu cabeza, para que no se te ocurra nunca darle el seno.
Un destacado dirigente político dijo en un programa televisivo, refiriéndose a un rival de otra organización con quien tenía profundas diferencias:
-Estoy seguro que ese señor me tiene tanto afecto, que está loco que yo me muera, para llorarme.
Para describir la capacidad puteril de una mujer con la cual mantuvo un breve romance, un amigo dijo que decidió terminar la relación porque aquella “si le gustaba un hombre que le presentaban hoy, se acostaba con él ayer”.
Esta es solo una pequeña muestra de la casi infinita gracia del palabrerío criollo.