La gramática oculta del golpismo (1 de 2)

La gramática oculta del golpismo (1 de 2)

FABIO RAFAEL FIALLO
Que el golpe de Estado de septiembre de 1963 fue un acontecimiento nefasto, ningún dominicano sensato podría ponerlo en tela de juicio.  Fue nefasto por una doble razón: primero, porque produjo la quiebra del primer orden constitucional surgido de las urnas que nuestro país había tenido después de más de tres décadas de poder omnímodo; segundo, porque el gobierno formado a raíz del golpe de Estado, constreñido por el grillete de su falta de representatividad y de legitimidad constitucional, y con la espada de Damocles de un malestar explosivo en los rangos militares, resultó incapaz de responder a los justos y comprensibles reclamos de la población, conduciendo el país a un atolladero del que se requería imperativamente salir.  Sobre este punto, creo que no puede haber discusión.

Donde las interpretaciones bifurcan es en dos aspectos fundamentales relacionados con aquel infausto suceso: primero, la atribución de la responsabilidad o causa del mismo; segundo, la forma que había de tomar la lucha por salir del Triunvirato y restaurar un orden constitucional basado en la expresión de la voluntad popular.

En cuanto al primero de estos dos aspectos, la dificultad de establecer las responsabilidades en el golpe de Estado se ha visto acentuada por el hecho de que el presidente constitucional derrocado por ese golpe, es decir, Juan Bosch, mostró una ambigua versatilidad en la materia, atribuyendo la culpa a personalidades o instituciones diferentes según las circunstancias del momento en que él emitía su opinión.

En un inicio, los morteros de la invectiva del presidente derrocado fueron disparados en contra de los líderes de la oposición que acudieron al Palacio Nacional a raíz del golpe de Estado, unos movidos exclusivamente por el interés de buscar una salida política, sin dictadura militar, a la crisis institucional creada por aquel golpe, otros, con móviles quizás no tan loables, pero integrados a la búsqueda de esa salida ante los hechos consumados.

Fue así como, en una entrevista televisada que concedió en Puerto Rico días después del golpe, Bosch declaró: “Aquellos verdaderamente responsables (del golpe) fueron los políticos que perdieron la elección” (ver cable de la UPI reproducido en el diario El Caribe del 7 de octubre de 1963 bajo el título “Bosch explica causas de golpe”).

En esos tiempos, los ataques de Bosch se concentraron esencialmente en mi abuelo Viriato Fiallo. En un artículo publicado en la revista Life en español del 11 de noviembre de aquel año bajo el título “La gramática parda del golpismo”, Bosch lo acusa de haber sido el principal instigador del mismo.  Nuestro derrocado presidente afirma ahí que “el doctor Fiallo cargará toda su vida con la mayor responsabilidad de este golpe”; y añade: “Hoy está él en el poder con sus cómplices militares”.  Antes de concluir, no se priva de lanzar una diatriba más en contra de mi abuelo: “Y así, la obra del doctor Fiallo y de algunos otros doctores en la gramática parda de las conspiraciones latinoamericanas, dio su fruto amargo y venenoso”.

Consagraré varios artículos futuros a explicar el papel que mi abuelo decidió desempeñar ante el hecho consumado de aquel golpe de Estado, que por cierto nunca apoyó y en el que mucho menos participó, y las motivaciones que lo llevaron a asumir su posición. Aquí vale la pena exclusivamente hacer resaltar de paso un elemento de la acusación dirigida hacia mi abuelo en aquel artículo; me refiero al pasaje en donde Bosch afirma que, gracias al golpe de Estado, Viriato Fiallo se encontraba “en el poder con sus cómplices militares”. Declaración más que sorprendente si se tiene en cuenta el hecho de que entre los dirigentes políticos que acudieron después del golpe al Palacio Nacional, Viriato Fiallo fue el único que no exigió ni aceptó, no solamente una función en el gobierno que se formaba en aquel momento, sino ni siquiera un despacho en el Palacio Nacional desde donde hubiese podido ejercer su influencia en las orientaciones del nuevo gobierno.  Más aún, apenas unos meses después de aquel trágico episodio de nuestra historia reciente, Fiallo renuncia a la presidencia de su partido, la Unión Cívica Nacional, así como a toda actividad política, declarando “haber fracasado en su objetivo de instaurar un auténtico Estado de derecho en la República Dominicana”. ¿Es ésta, amable lector, la actitud de alguien que ejerce o a quien le interesa ejercer algún tipo de poder, con o sin cómplices militares?

En aquella época, cabe hacer notar, Bosch eximía en sus declaraciones públicas de toda culpa a Estados Unidos, al que no citaba en ninguna ocasión como responsable directo o indirecto, ni siquiera remoto, de aquel nefasto suceso.  Por ejemplo, en la entrevista televisada que acabamos de mencionar (El Caribe del 7 de octubre de 1963), cuando se le pregunta si él piensa que la CIA estuvo involucrada de una manera cualquiera en el golpe, Bosch responde que “el retiro de la misión diplomática y de ayuda (de aquel país) demuestra que los Estados Unidos nada tuvieron que ver con la situación”.

Ni siquiera el reconocimiento del Triunvirato por parte de Estados Unidos dio motivo a un ápice de protesta o disgusto, y menos aún de indignación, hacia la potencia del Norte por parte de Bosch.  Al contrario, en ese momento, él se limitó a expresar públicamente su comprensión ante la decisión norteamericana: “Estoy seguro de que al reconocer a quienes gobiernan hoy a la República Dominicana, el Presidente Johnson tuvo en cuenta, sobre todo, los mejores intereses de la democracia continental, aunque ello perjudique, por el momento, la causa de la democracia dominicana” (declaración reproducida por el Listín Diario en su edición del 15 de diciembre de 1963 bajo el título “Bosch emite juicio”).

Es cierto que en ese entonces, Bosch y sus partidarios no habían perdido aún totalmente la esperanza de conservar o granjearse la simpatía e incluso el apoyo de Estados Unidos.  En efecto, el 29 de septiembre de 1963, cuando Bosch, ya derrocado, se encuentra en camino hacia el exilio a bordo de la fragata Mella, el embajador en Washington del recién depuesto gobierno constitucional, doctor Enriquillo del Rosario, envía un telegrama al presidente Kennedy solicitándole tomar “cualesquiera medidas necesarias” para interceptar la fragata Mella, traer a Bosch a nuestro país y reponerlo en el poder (véase Víctor Grimaldi, 1965: La invasión norteamericana, p. 331).

Días más tarde, en la entrevista televisada arriba mencionada, o sea después de que los Estados Unidos no obtemperan al pedido en cuestión, Bosch desaconseja recurrir a la fuerza y sugiere que se impongan sanciones, colectiva o individualmente, “por acuerdo de la Organización de los Estados Americanos o por los países en forma individual”, a regímenes surgidos de golpes de Estado en la región.  Vale precisar que, dado el peso abrumador de nuestras relaciones políticas y comerciales con Estados Unidos en aquella época, las sanciones preconizadas por el Profesor no hubieran sido eficaces en el caso dominicano sin la participación de Estados Unidos en las mismas.

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