La gramática oculta del golpismo

La gramática oculta del golpismo

FABIO RAFAEL FIALLO
En lo que va del presente artículo en entregas anteriores, hemos hecho resaltar que el presidente constitucional derrocado por el golpe de Estado de 1963, es decir, Juan Bosch, había atribuido en un inicio la responsabilidad de dicho golpe a “los políticos que habían perdido la elección”, y en particular a mi abuelo Viriato Fiallo, mientras que eximía a Estados Unidos de toda participación, directa, indirecta o remota, en el mismo.

Luego, años después de la intervención norteamericana de 1965, Bosch realiza un giro de ciento ochenta grados y hace recaer la responsabilidad del golpe al gobierno de John F. Kennedy y a la misión militar norteamericana de 1963. Para justificar su radical viraje, aduce que había tardado en conocer la verdad. No obstante ese giro radical, Bosch no se retracta de haber acusado previamente a Viriato Fiallo de “cargar toda su vida con la mayor responsabilidad de este golpe”, ni menos aun pide excusas públicamente por haber proferido aquella acusación, actitud ésta que, explicábamos en nuestro artículo anterior, permite pensar que dicha acusación pudo estar motivada eminentemente por consideraciones coyunturales de pura conveniencia política.

Anunciábamos por último que existen otras contradicciones interesantes entre, por una parte, el artículo de Bosch de noviembre de 1963 en el que acusa a mi abuelo, y por otra, los publicados en 1981, en los que manifiesta su nueva interpretación de las responsabilidades en el golpe de Estado de 1963.  Aquí nos ocuparemos de dos de dichas contradicciones, las cuales tienden a apuntalar los argumentos que he venido presentando en este artículo a propósito del factor táctico o coyuntural subyacente en los diferentes posicionamientos del Profesor.

Primera contradicción adicional.  Bosch 1963: “El golpe de Estado estaba listo desde el mes de enero” del 63. Bosch 1981: “El golpe de 1963 no fue planeado pero hubo que darlo para salvar a John F. Kennedy”. Me gustaría comprender, caro lector, cómo es posible que el golpe de Estado haya estado listo desde el mes de enero de 1963 sin ni siquiera haber sido planeado aún ocho meses después de aquella fecha, es decir, cuando de hecho tuvo lugar.

Segunda contradicción adicional. Bosch 1963: la política fue llevada a las fuerzas armadas “por líderes de minorías oligárquicas animados de odio al pueblo y de una necesidad incontrolable de poder”. Bosch 1981: “el golpe de 1963 fue una consecuencia de la intervención norteamericana en nuestro país”. En los artículos de 1981, el elemento interno desaparece ostensiblemente, o al menos queda substancialmente diluido. Ahí, el golpe de Estado ya no obedece en lo más mínimo a una eventual oposición reaccionaria de las “minorías oligárquicas” a las reformas sociales que Bosch había prometido introducir en el país durante su gobierno.  No; según la nueva interpretación dada por Bosch, la causa del golpe fue de carácter externo, a saber, la tentativa del presidente Kennedy de utilizar el territorio dominicano a espaldas de nuestro jefe de Estado para derrocar al presidente haitiano Francois Duvalier.

Corolario: de no haber existido aquella tentativa norteamericana, el golpe no hubiera tenido lugar, tanto más cuanto que, según la nueva interpretación de Bosch, dicho golpe ni siquiera fue “planeado”.  ¡Qué cambio de enfoque, caro lector!

Estas dos nuevas contradicciones se pueden explicar perfectamente a la luz de consideraciones tácticas y coyunturales. Como señalábamos en la primera parte del presente artículo, en 1963 Bosch y sus partidarios dieron muestras de intentar obtener la simpatía e incluso el apoyo de Estados Unidos, y para ello convenía achacar el golpe de Estado a supuestos “líderes de minorías oligárquicas” nacionales. Después de la intervención norteamericana, Bosch se vio obligado a descartar la hipótesis de poder granjearse la simpatía de Estados Unidos. Por otra parte, con Balaguer rehabilitado gracias en gran medida al “Borrón y cuenta nueva”, ya Bosch no podía contar con el respaldo masivo y monolítico de los trujillistas, como había sido el caso en las elecciones de 1962: éstos podían ahora volcar todo su apoyo a su líder natural, es decir, al heredero legítimo del trujillismo, Joaquín Balaguer, en vez de a Juan Bosch, que no les resultó útil sino transitoriamente, para obstruir a un Viriato Fiallo cuya eventual victoria electoral les había provocado pesadillas.

En las nuevas circunstancias, le convenía tácticamente a Bosch rastrillar lo más ampliamente posible en los predios antitrujillistas en busca de sostén político y electoral.  Para ello, valía más dejar tranquilos, y hasta intentar cautivar, a todos los grupos antitrujillistas, incluso aquellos tratados hasta hace poco tiempo de “minorías oligárquicas”, que no se sentían a gusto con Balaguer.

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