La gran ciudad, vista desde abajo

La gran ciudad, vista desde abajo

El cómodo y elegante piso 18 del edificio Acrópolis, nos ofrece una vista espectacular. Impresionante. Hermosa. Es una gran ciudad, esta de Santo Domingo. Nada que envidiar a otras grandes ciudades de países pobres o tercer mundistas. Parecería estar en Toronto o Montreal. En un New York chiquito,  ambición y deseo de nuestro Presidente, con Metro y todo: subterráneo, costoso, dispendioso, aunque desde arriba no se vea así.

La vista panorámica,  bajo un sol radiante, es fabulosa. Una cadena de altas torres y edificios grandiosos de bellos diseños arquitectónicos que permiten que la madre naturaleza, al menos, se atreva asomar su verde cabeza. A lo lejos se divisa una enorme construcción  de unos 80 pisos disponibles para  80 propietarios, uno por piso, que pueden pagarlos sin que sus caudales se resistan. El cuerno de la abundancia. Da la impresión de un desarrollo mágico sostenible en un país que crece y se levanta a pesar del  subdesarrollo y de su pobreza  donde  el dinero fluye, ciertamente, a borbotones,  sin cuestionar sus orígenes. Se aspira, increíblemente, aire puro.

Bajar al sótano, salir del ordenado parqueo y penetrar en la anchurosa avenida inglesa, de ocho vías, donde conductores y agentes del tránsito viven en su inagotable desorden y anarquía, es pisar tierra firme. Como si Vicentico Valdez  susurrara: “¡Bájate de esa nube y ven aquí a la realidad!” Una legión de  niños semi desnudos, descalzos, hambrientos, nos asaltan mostrando sus manos abiertas, su escuálido esqueleto, con una sonrisa,   arma de su indigencia: “Señor déme algo”, “señor no he comido”; y ese lamento sin remedio sigue y te persigue, te acompaña por doquier, a todas horas y deshoras,  enfrentados los pequeñuelos  por mujeres haitianas y criollas cargadas de dolor que pululan tan maltrechas como su alma malherida:  huérfanas de ilusiones, preñadas de pobreza, cargando en sus brazos  bebés famélicos, de edad tan tierna como su  desesperanza. Triste visión para una sociedad de futuro, desprotegida,  deshumanizada y delincuencial.

¿Qué hacen los gobiernos nacionales y municipales, el poder político empresarial para remediar tal desamparo? Ese gran espejo que exhibimos desde arriba, es fiel reflejo de nuestra desgracia. La ausencia de una política auténtica, nacionalista e integradora que nos libere de las causas primarias de la hecatombe social que se avecina y que hemos venido labrando con extrema insensatez e  irresponsabilidad con parches mal pegados que agravan el mal. “La capacidad de endeudamiento explotó”, grita Caram, pero se queda corto. Es todo el sistema político, económico-financiero y productivo incapaz de dar  sana respuesta a tantos males.  “La gran ciudad se ha tragado el campo”: sus patrones de conducta, sus  valores culturales, la agricultura y la agroindustria, la mediana y la pequeña empresa  de donde proviene la verdadera riqueza nacional: el bienestar de una mayoría que paciente espera, de la fuerza de trabajo que emigra angustiada y se radica en zonas marginadas, cordones de miseria  que bordean la gran ciudad  buscando alguna forma de sobrevivir. Fáciles presas de la corrupción y explotación y su necesaria consecuencia: el estallido social que ha de venir por la ceguera de una gran ciudad vista desde arriba, que no echa una miradita hacia abajo.

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