La gran diferencia

La gran diferencia

Eusebio Rivera Almodóvar

Uno de estos días me referiré a lo difícil que es vivir libre de sectarismos, apegado a principios y defenderlos en cualquier circunstancia. Sin embargo, volveré a mencionar al extinto presidente Joaquín Balaguer y algunos podrían inferir que estoy obsesionado con su legado y que, por encima de mis frecuentes expresiones de rechazo a su forma de pensar y actuar, soy un “balaguerista” frustrado.
Nada de eso. Soy y seré (a menos que pierda la capacidad de discernimiento) un libre pensador que nunca comulgaré con el estilo de gobernar del difunto presidente Balaguer, de cuyas manos recibí las llaves de mi primer consultorio privado en la Torre de Profesionales de la Salud de Villa Juana, porque entrañables amigos sabían que crecí en ese barrio y me agregaron al listado, como uno más de los que merecíamos la asignación por ser profesionales médicos de ese sector.
Balaguer, como muchos otros políticos de su época, fue un discípulo aventajado de Maquiavelo. En nuestro país algunos lo admiran como “maestro” pero realmente fue eso, un discípulo; lo mismo que ha sido el ex presidente Leonel Fernández y actualmente, sacando excelentes notas en su aprendizaje y desempeño, el presidente Danilo Medina. Su presentación ante el Congreso el 27 de febrero fue casi impecable, convincente, detallada; nos pintó el acostumbrado panorama paradisíaco en que los gobernantes desean que se sientan sus ciudadanos; que vean, como los enamorados, todo color de rosa y que reafirmen su lealtad basados en los indicadores estadísticos de bienestar y progreso. Sin embargo, entre Leonel, Danilo y Balaguer hay una gran diferencia: Este último no cogía prestado, no hipotecó ni vendió por pedazos al país.

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