La gran fiesta de los católicos

La gran fiesta de los católicos

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
La Iglesia Católica celebra hoy una gran festividad, que si bien ha perdido algo de brillo por la secularización, que todo lo invade, conserva la atracción de considerar la presencia real de Cristo en la Eucaristía, lo cual fue establecido por una bula papal en 1262 durante el papado de Urbano IV, quien había sido obispo de Lieja en Bélgica lugar donde nace esta fiesta de Corpus Christi.

El origen de la festividad tuvo lugar en 1246 en la ciudad belga ya mencionada cuando la abadesa Juliana de un monasterio cercano a la ciudad, y cuyo obispo lo era Robert de Torote, instituyó la fiesta en su diócesis. Luego el papa Urbano IV, que había sido obispo de Lieja como monseñor Santiago Pantaleón, emitió la bula para conmemorar tan magno evento en todo el mundo católico.

El oficio de Corpus Christi que se utiliza para las oraciones fue escrito por Santo Tomás de Aquino, y ya en 1311, bajo el papado de Clemente V, que reafirmó la bula de Urbano IV, la fiesta adquirió ribetes populares en toda Europa. Se comenzaron a realizar majestuosas y solemnes procesiones por las calles de las poblaciones europeas llevando al Santísimo expuesto en un hermoso cáliz que cruzaba por debajo de decenas de arcos de flores y palmas que cubrían las calles completándose con gran despliegue de adornos florales. Esa costumbre se trasladó con el paso de los siglos a todo el mundo católico. Incluso en muchas poblaciones dominicanas, hace varios años, que se decoraban muchas calles por donde pasaría la procesión; existía un entusiasmo de los moradores de cada calle para presentar los arcos más hermosos y atractivos.

La ocasión de la festividad la utiliza la Iglesia Católica para que los fieles adoren la presencia del Cuerpo del Señor en la Eucaristía; cada Iglesia se preparaba para la ocasión con hermosas decoraciones de los altares o del monumento en donde iba a estar expuesto en el cáliz el cuerpo del Señor. Allí en un ambiente de profunda meditación cada creyente desbordaba su fe para adorar al Hijo de Dios.

No hay dudas de que la vida de Jesús encierra misterios insondables que solo por la fe es que se aceptan los mismos y que los evangelios sinópticos, que se encargaron de describir su vida terrestre dejan muchas interrogantes en cuanto de cómo se pudo lograr cotejar tantos mensajes del Señor cuando el no anduvo como San Pablo con un cuerpo de redactores encabezados por San Lucas que fue el autor de uno de los evangelios y de los Hechos de los Apóstoles.

Pero el evangelio de San Juan fue escrito con un gran profundidad mística y en donde algunos de sus capítulos nos dejan muchas inquietudes como aquella sección que va desde el capítulo 13 hasta el versículo 18 del capítulo 18 donde se inserta el más largo mensaje del Mesías en la noche cuando sería detenido y conducirlo a su muerte anunciada en la Cruz. Todavía no se asimila, a la luz del razonamiento humano, de cómo un hombre que conocía su destino, pudo establecer en ese largo parlamento su más profundo mensaje de amor y de convivencia humana jamás igualado.

En consecuencia ese parlamento tan conmovedor del Señor, plasmado por San Juan en su evangelio, deja claro que fue parte de las enseñanzas que Jesús le impartió a sus apóstoles después de su Resurrección ya que sin esa divina acción no seríamos cristianos ni mucho menos hubiésemos tenido un San Pablo que le dio al mensaje mesiánico el calor del amor divino previa acción del Espíritu Santo en el Pentecostés.

El mensaje de Jesús, recogido por San Juan en su evangelio, es esencial para comprender la razón de la venida del Hijo de Dios a la Tierra y de como la beata Juliana sintió que realmente Jesús estaba presente en la Eucaristía para así darle mayor profundidad a una doctrina que en el siglo XXI, todavía no es asimilada por los seres humanos que se encierran en sus egoísmos y ambiciosos para resistirse al amor a los semejantes, acto indispensable para si alguna vez se llegue a vivir en armonía en el Universo.

Hoy es una ocasión para pensar en cosas divinas que quizás muchos creen que se justifiquen tan solo para los beatos y no para las mentes racionales de la modernidad, que aún así deberían acercarse a sus semejantes para convivir, ya que la tendencia es destruirlos y atropellarlos en la carrera loca de las ambiciones para alcanzar riquezas, poder, honores y reconocimientos de las cosas terrenales.

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