La gran mentira

La gran mentira

 LEO BEATO
«En la República Dominicana se dan casos periódicos de linchamientos masivos de haitianos. Además, muchos dominicanos son deportados a Haití confundiéndolos con haitianos». ¿A quién se le ocurre escribir semejante disparate y luego publicarlo con bompos y platillos como prueba fehaciente de que los haitianos son maltratados en territorio dominicano? Nada más y nada menos que al Miami Herald. Aparentemente este periódico adolece de credibilidad a prueba de fuego. Son muchos los reportajes que han visto la luz del día, como aquel de tres páginas sobre una supuesta doctora que había dizque tratado a Fidel Castro en Cuba y que luego se probó ser una total mentira.

 Otro más reciente fue el reportaje sobre los haitianos corta caña que residen en Dominicana subsistiendo a nivel de animales a los que supuestamente se les niega todo tipo de tratamiento humano. Hasta apareció un redentor sacerdotal, otro Padre de Las Casas, de apellido inglés nacido en España, quien daba testimonio de esas atrocidades. Lo presentaron como el adalid blanco de los perseguidos cuya vida hasta peligraba como la de Robin Hood en las montañas británicas. No olvidemos, sin embargo, que el Padre de Las Casas fue primeramente comendador y explotador de los taínos y que fue mucho después que regresó a La Hispaniola a purgar sus pecados como fraile domínico.

 Ante todo y sobretodo fue un representante del imperio y del coloniaje europeo. El problema de estos redentores es que siempre terminan confundiendo la velocidad con el tocino al no tener un conocimiento cabal de la verdadera realidad de sus «redimidos». En el caso reciente hay dos extranjeros, uno de corte inglés y el otro de origen belga, que se han dedicado a promulgar su versión muy subjetiva del problema haitiano.

Le escribí a este último redentor cuando aún se encontraba en Bahoruco salvando niños haitianos a los que declaraba como sus hijos para poder obtenerles la ciudadanía dominicana, ya que de acuerdo con la actual ley imperante, «Ius Sanguinis» (derecho de sangre), si el niño es hijo de haitianos transeúntes es automáticamente considerado haitiano aunque haya nacido en Dominicana (Ius Solis).

Aparentemente el adalid belga estaba demasiado ocupado violando esa ley y adoptando a niños haitianos porque jamás se dignó responderme. Ahora es parte del elenco internacional, junto al otro redentor inglés, que pretende informar al mundo las barbaridades que se cometen contra los haitianos en territorio dominicano. La desinformación organizada, como el reportaje de marras publicado en el Herald sobre el tremendo complejo racial que supuestamente existe entre los dominicanos donde aparentemente todo el mundo quiere ser blanco. El principio de identidad como nación y como etnia no parece importarles. Mientras menos negro mejor.

Los autores del reportaje, cubanos tenían que ser, parecen creer que el mangú y el mango son la misma cosa y el mismo plato. Los confunden con su fufú cubano. Una cosa es el problema haitiano y otra, muy distinta, es el problema racial y la identidad histórica nacional de un país. No hay dudas de que existe un enorme conflicto entre los haitianos que viven ilegalmente en territorio dominicano. El mismo conflicto que existe entre los hispanos (mexicanos y centroamericanos) que cruzan la frontera del otro lado del Río Grande. No hay dudas tampoco de que el problema humano que ha existido por siglos en los bateyes dominicanos es un problema real de tipo laboral. Pero del dicho al hecho hay un gran trecho. Afirmar que existe una discriminación racial rampante de parte del pueblo y del gobierno dominicano hacia los haitianos es una exageración propia del que no conoce el problema en sus raíces y trata de resolverlo desde una óptica totalmente foránea. Publicar que a cada rato se deportan dominicanos que han sido confundidos con haitianos equivale a publicar la noticia de que a cada rato se deportan norteamericanos que son confundidos con mexicanos.

Es una perfecta aberración porque la diferencia es obvia, tanto física como conductual y social. En el fondo la problemática es de índole económico. Los haitianos cruzan la frontera por las mismas razones por las que los dominicanos insisten en jugarse la vida cruzando el Canal de la Mona.

Una vez en Puerto Rico su objetivo es Manhattan. Es la misma dinámica que impulsa a los sub saharianos en Africa a cruzar el Estrecho de Gibraltar hacia Europa. El hambre no tiene padre ni madre ni entiende de fronteras. Es la problemática de los desplazados por la injusticia humana que prevalece en la tierra. La única solución es la de equilibrar esa injusticia en sus raíces y en su punto de partida: las sociedades de donde proceden los explotados. creando ahí proyectos educativos y entrenamiento laboral en todos los sentidos junto a salarios justos y equilibrados. Ahí es donde existe la verdadera discriminación y la verdadera injusticia. Y el que no lo sabe no sabe nada porque todo lo demás es una grandísima mentira.

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