«La grandeza de ser obesa»

«La grandeza de ser obesa»

SAN JUAN, EFE.- Maritza Martínez se dedicó a su familia durante veinte años, tras el divorció profundizó en el mundo de la salsa y escribió «El diario de una salsera», y ahora acaba de ponerle el punto y final a «La grandeza de ser obesa».

   En este nuevo libro, para el que busca editorial confiada en su valor educativo y que será un éxito de ventas, narra sus experiencias en el caserío Manuel A. Pérez de San Juan, un complejo de viviendas para familias humildes en el que la droga causa estragos y se discrimina a «las personas grandes».

   A punto de cumplir 50 años de edad, Martínez explica cómo se casó cuando tenía 14 años, cómo tuvo su primer hijo a los 15 y cómo a los 20 ya había parido a sus cuatro vástagos, a los que crió para ser «útiles a la sociedad».

   Mientras estudiaba y trabajaba en diferentes empleos para echar para adelante a su familia, «las frustraciones, los desesperos, el desamor» la hicieron refugiarse en la comida con lo que ha llegado a pesar casi 300 libras (136 kilogramos).

   «Antes tenía un cuerpo de guitarra, ahora soy un contrabajo», bromea Martínez, quien además de denunciar los prejuicios contra las personas obesas, las anima a cuidarse, porque «nunca he visto un anciano obeso en un asilo, todos son delgaditos», así que si uno no se preocupa por la salud tiene «los días contados».

   Aun con exceso de peso nunca ha dejado de ser «una mujer elegante», pero ha soportado el dolor que causan las miradas de desprecio, «la gente se mofa, miran por encima del hombro y creen que hasta tienes mal olor».

   «Yo me quiero como soy, a lo mejor Dios me regaña (cuando llegue al cielo), pero no me va a expulsar por sobrepeso», dijo a Efe esta mujer que asegura que desde que comenzó a entrar en kilos tomó la determinación de «ser grande pero diferente».

   Mientras se documentaba para «Diario de una salsera», publicado en 2003, frecuentaba locales donde acudían a diario leyendas del ritmo caribeño.

 Toda su vida ha vivido en el residencial Manuel A. Pérez, donde viven más de mil familias a las que desde fuera del caserío se las ve como si todas tuvieran relación con la droga.

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