La guerra contra el terrorismo: obsesión que el mundo no comparte

La guerra contra el terrorismo: obsesión que el mundo no comparte

POR ROGER COHEN
RIO DE JANEIRO, Brasil – Estados Unidos tiene un problema estratégico: Su guerra contra el terrorismo, a diferencia de su larga lucha contra el comunismo, no es universalmente considerada como una lucha global crucial de esta era.  Más bien, a menudo es descrita en el extranjero como una distracción de asuntos más críticos; como un intento para imponer una cultura belicosa, impulsada por el cultivo del temor, en un mundo aún presa de la idea de que el fin de la Guerra Fría y el avance de la tecnología ha abierto posibilidades sin precedentes para el diálogo y la paz.

Aquí en Brasil, plagado por los problemas de la pobreza y el desarrollo, las políticas del Fondo Monetario Internacional despiertan más interés que las de Al Qaeda. La violencia que es tema de debate no es la de los guerreros santos islámicos sino la de los capos de la droga y sus milicias privadas que ocupan las barriadas de Río de Janeiro y Sao Paulo.

En Sudáfrica, los temas del día son el desempleo del 40 por ciento, la criminalidad, la enfermedad y abordar los problemas de un continente que alberga a muchos de los 1,300 millones de personas en el mundo que viven con menos de un dólar al día. El terrorismo no es el tema de discusión favorito.

La Guerra Fría se refractó en toda Latinoamérica y Africa en la forma de incontables batallas entre sustitutos de Washington y Moscú. Pero la guerra contra el terrorismo no ha dividido ni involucrado a estos continentes en la misma forma. Eso, en general, es bueno: la lucha soviético-estadounidense cobró un enorme precio a las sociedades desde Argentina hasta Angola que aún muestran las cicatrices.

Lo que es menos bueno, desde la perspectiva de Estados Unidos, es que estos continentes están más o menos unidos en una visión crítica de un poder estadounidense rutinariamente descrito como hegemónico y con la intención de usar los ataques del 11 de septiembre del 2001 para imponer lo que Candido Mendes, un analista político brasileño, llamó «una civilización del temor».

Mendes, quien ha escrito varios libros sobre el presidente izquierdista de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, dijo: «La explotación del temor es una ciencia altamente desarrollada y refinada, pero Brasil no está convencido de esta cultura que triunfó en la elección estadounidense. Lo que nos preocupa en Latinoamérica es que, en nombre de defender su seguridad, Estados Unidos intensifique las guerras que ha empezado».

El mundo de la Guerra Fría se apegó a un paradigma simple: sociedades libres, encabezadas por Estados Unidos, enfrentando al comunismo, con su cuartel general en el Kremlin. Pero pese a todos los intentos del Presidente George W. Bush a embarcar el conflicto actual contra el terrorismo islámico como uno de proporciones igualmente trascendentales y envolventes, ahora es claro que el mundo se ha resistido a ese marco simple y amplio.

En amplias franjas del hemisferio sur, incluidos Africa y Latinoamérica, la preocupación central es el desarrollo económico y el comercio. En Asia, el principal foco de atención está en el ascenso de China, con India no muy atrás. En Europa, la mayor parte de la energía política la absorbe el vasto experimento de gobierno transnacional y el destierro de la guerra que es la Unión Europea.

Como la preocupación central estadounidense -la guerra contra el terrorismo- no es ampliamente compartida, tiende a aislar a Estados Unidos, un país cuyo poderío ahora es tan abrumador como para invitar a corrientes de disensión y contrapeso. Bush parece consciente de sus problemas. En una visita a Canadá la semana pasada, describió su segundo mandato como «una oportunidad importante para llegar a nuestros amigos» y expresó gratitud a aquellos canadienses que lo saludaron agitando «los cinco dedos de la mano».

Muchos estadounidenses podrían sentirse tentados a usar menos dedos en respuesta a la hostilidad del mundo. Podrían sentirse tentados a responder a una comunidad global inmanejable: Su memoria es breve, y si un grupo de johadistas islámicos locos echa mano a armas nucleares, comprenderán por qué estamos librando esta guerra. Podrían molestarse en usar una cita a menudo atribuida a George Orwell: «La gente duerme pacíficamente en sus camas durante la noche sólo porque hombres rudos están listos para ejercer la violencia en su nombre».

Pero por ahora, la imagen de los estadounidenses rudos listos para ejercer la violencia es más alienante que consoladora para los latinoamericanos y los africanos.

«El antiamericanismo es generalizado y está creciendo», dijo Luiz Felipe Lampreia, ex canciller brasileño. «Toda la situación de Irak ha traído a la memoria el gran garrote, el poder estadounidense como se usó en Nicaragua o Chile durante la Guerra Fría. El problema es la percepción de que Bush usa ese poder inmenso de manera egoísta».

La animosidad engendrada fue evidente durante la reciente visita de Bush a Santiago de Chile, donde enfrentó a multitudes enfurecidas que no lo estaban saludando. Esta situación tiene sus paradojas: Las políticas del gobierno de Bush hacia Latinoamérica han sido generalmente pragmáticas y moderadas.

Las diferencias comerciales con Brasil, alguna vez agudas en torno al acero, han sido resueltas tranquilamente, aunque continúa la campaña de Brasil para combatir los subsidios a los agricultores en los países ricos. Da Silva y Bush se llevan bien, dos tipos de hablar franco que gustan de repasar detalles pasados, no menos el hecho de que provienen de campos políticos opuestos. En teoría, este pudiera ser un momento marcado más por la armonía que la hostilidad.

Una situación similar prevalece en Sudáfrica. Estados Unidos está dedicando más dinero al combate de la epidemia del sida que ningún otro país. Bush ha hecho de esta lucha una prioridad de su gobierno.

Las relaciones personales entre Bush y Thabo Mbeki, el presidente sudafricano, son buenas. La Ley de Crecimiento y Oportunidad Africana, firmemente apoyada por Bush, ha proporcionado importantes nuevas aperturas comerciales al eliminar aranceles en varios sectores, incluidos los automóviles.

Sin embargo el presidente estadounidense a menudo es despreciado en la prensa sudafricana como el Tonto de Texas y no recibe crédito por ninguna de las políticas que están ayudando al país o a Africa en general. El doctor Jendayi E. Frazer, embajador de Estados Unidos en Sudáfrica, dijo que las relaciones entre los gobiernos eran excelentes, pero que la atmósfera prevaleciente significaba que «la gente que apoya a Estados Unidos no puede salir y decirlo».

Aquí radica parte del precio de la guerra contra el terrorismo, y particularmente la guerra en Irak, para Estados Unidos y Bush: El bien hecho calladamente en otros frentes obtiene escaso reconocimiento porque la guerra contra una amenaza terrorista constante es vista como el mensaje dominante de parte del gobierno estadounidense.

Si Condoleezza Rice, designada por Bush para ser la próxima secretaria de Estado, desea cambiar esta impresión negativa, tendría que admitir que la guerra contra el terrorismo noes, como la Guerra Fría, una etiqueta para una era. Describe el foco de atención de Estados Unidos, un nuevo principio y proyecta política nacional guiadora, pero no describe más que eso, porque otros países tienen otras agendas. Lo que estos países quieren, sobre todo, es sentir que el gobierno de Bush, en su segundo mandato, los escucha.

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