La guerra de la oreja

La guerra de la oreja

Es curioso hurgar en las iniciaciones de los conflictos bélicos. Muchos de ellos tienen su origen en reclamaciones injustas como la actual guerra en Irak. Los alemanes impusieron la Segunda Guerra Mundial con el supuesto poderío de su raza superior y comenzaron a invadir los países cercanos en Europa.

Un pistoletazo de un estudiante al Archiduque Francisco Fernando en Saranjevo el 28 de Junio de 1914 desató la primera confrontación bélica mundial.

Famosa, entre los comienzos de guerra, fue la Guerra de la Oreja iniciada con impulso desbordante de Inglaterra contra España en 1739.

Veamos:

Rober Jenkins es un capitán de navío inglés y contrabandista sin escrúpulos.

Cuando tiene que impedir a un intruso entorpecer sus negocios sucios, no le tiembla el pulso y lo cuelga en una jarcia de su buque, mientras sorbe tranquilamente sabroso ron jamaiquino en la pasarela de su nave capitana.

El contrabandista inglés tiene su refugio en Jamaica, naturalmente en fuerte posesión inglesa y desde allí se mueve por El Caribe en sus andanzas depredatorias en perjuicio de los españoles.

Más de un dolor de cabeza ha proporcionado este inglés a la Corona Española. Hay órdenes severas para prenderle en cuanto la ocasión se presente.

En uno de los viajes de Jankins, su nave, La Rebeca, cae en la red tendida desde hace tiempo. La Rebeca es aprendida por la Ysabel. Y con la nave, su capitán cae en manos de las autoridades españolas.

No hay mejor castigo para denigrar a un inglés contrabandista a quien se le tiene rencor, que cortarle una oreja para que no olvide sus andananzas ilegales.

En efecto, de un solo tajo le desprenden el órgano auditivo y para humillarlo más, le dicen: «Aquí está la oreja: tómala y llévasela al rey de Inglaterra, para que sepa que aquí no se contrabandea».

Jenkins es un bravo marinero probado en más de una ocasión. Por el momento acepta el insulto y guarda la oreja en un frasco (otros dicen que la envolvió en algodón). Fija la mirada con las pupilas frías en quien le denosta e impasible, se guarda la oreja en su escarcela.

Durante siete años anda con ella. Quiere mostrarsela al rey. Al fin consigue su propósito. Y no sólo esto, sino que también es mostrada en el Parlamento.

Es la oportunidad que esperaba Pitt para mermar el poder al primer ministro Walpole.

Luce su oratoria en el Parlamento con brillantes tonos. Un tanto demagójico habla de «compatriotas que se pudren en las prisiones españolas» y de «ingleses sometidos a los métodos de la Inquisición». Y muestra la oreja desprendida.

«El pedacito de carne seco y arrugado despierta el furor del populacho».

El pueblo inglés es un hervidero de pasiones y gritos desorbitados. A Walpole -sabiéndolo injustó- no le queda más remedio que declarar la guerra a España. Sir Edward Vermon sale con una escuadra de 120 naves con 30 mil combatientes para aplastar en todo lugar del Nuevo Mundo a los «perros españoles».

Así se inició La Guerra de la Oreja que dejó innumerables muertos entre los ingleses y los españoles.

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