La guerra de los subsidios

La guerra de los subsidios

DARÍO MELÉNDEZ
“El ministro de comercio de Australia, Mark Vaile, señaló que una vaca europea recibe un subsidio gubernamental de US$2.20 diario, más de lo que recibe diario 1.2 billones de pobres en el mundo” (The New York Times-Editorial, Cow Politics, Octubre 27, 2005). Así pretenden las naciones poderosas convenir con los países pobres un Tratado de Libre Comercio.

Más adelante señala el editorialista: “Algunos expertos dicen que el mundo subdesarrollado podría sacar 140 millones de personas de la miseria, si realmente se dispusiesen a cambiar forma como manejan el comercio agrícola”.

Las ventajas que gozan los agricultores de los países desarrollados, vendiendo sus productos altamente subsidiados en las naciones pobres, es un tesoro que no permiten se les toque. Francia, especialmente, se muestra renuente a cualquier concesión.

Siguiendo lo escrito por el editorialista: “El señor Portman, frustrado ante la actitud francesa, preguntó al jefe del comercio de la Unión Europea, Meter Mandelson: ¿Si usted no cree en el intercambio, para que es miembro de la W.T.O.?”

La cosa no es tan sencilla, como creen algunos ciudadanos de países privilegiados por sus gobiernos, la avalancha de africanos que se dirige, contra vientos y mareas hacia Europa, por los puertos de España e Italia, puede ser sólo un vestigio de lo que se está cocinando por lo bajo. Los pueblos están cansados de subsidiar el lujo de los privilegiados en el Grupo de los Siete o más. Algunos países, Estados Unidos a la cabeza -eso hay que reconocerlo- han estado promoviendo un cambio en la estructura de los subsidios, hasta llegar a eliminarlos, pero naciones como Japón y Europa gustan mucho de la buena vida a costa de los infelices que pasan hambre en el mundo, sin que les remuerda la conciencia ante la tortura que sufren niños y adultos de los pueblos que subsidian sus lujos.

Una forma de forzar es permitir –no restringir– la emigración pacífica en yolas o como sea; lo que aquí, cándidamente se persigue como un delito. Esa sería la única forma de obligar a los gobiernos proteccionistas permitir el libre comercio.

Obsérvese que la mayor oposición al RD-CAFTA provino -en Estados Unidos- del grupo productor de azúcar en ese país, a favor de los cuales se mantiene un precio por encima del mercado de ese renglón allá, mientras se regala a los países pobres productores de ese rubro, la limosna de pequeñas cuotas de algunas toneladas, para que no griten.

O el mundo abre su comercio, para que todos vivamos como Dios manda, o las emigraciones hacia países ricos podrían llegar a constituir una invasión pacífica que acabaría con la cultura de los pueblos más avanzados, al mezclarse las razas hasta perder su identidad.

Del mismo modo que las drogas no pueden controlarse, porque la gente la quiere y la busca, la miseria impuesta por los subsidios, que mantienen los gobiernos a sus privilegiados ciudadanos, podría radicalizar las emigraciones hasta hacerlas incontenibles.

Alguien se habrá detenido a pensar lo que ocurriría si más de mil millones de chinos se viesen obligados a esparcirse por el mundo desarrollado, dónde iría a parar la cultura occidental.

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