La boca del fusil busca en la maleza. Apunta y dispara. Y distante de ahí, en la ciudad egipcia Sharm El-Sheij, oropeles y cámaras desbordan la Cumbre del Clima número 27. En esta última escena sobran los discursos de jefes de Estado y gobierno. Pero en la primera, se plasma la realidad: la lucha por la conservación del medio ambiente suma más mártires cada día.
La batalla no goza de la “sinceridad”, si se puede decir así, de los batallones antiguos, que se colocaban uno frente a otro en un llano. No. Los activistas y ambientalistas de hoy se enfrentan a un enemigo turbio que va desde el latifundista, el garimpeiros, corporaciones mineras, madereras, narcotraficantes, funcionarios y legisladores. Y todos disparan a matar.
El último informe de la ONG Global Witness –con sede en Londres y Washington- señala que en los últimos diez años han sido asesinados 1,733 ambientalistas. Solo en Brasil cayeron 342; 322 en Colombia, 154 en México, en Honduras 117, y en Filipinas, 270. Los gobierno deben dar más protección a estos combatientes.
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Pero no todo está perdido. Y en la actual cumbre hay grandes exponentes. Uno es el exvicepresidente de EEUU, Al Gore, quien ya en 2010 lanzó su libro: “Nuestra Elección, un plan para resolver la crisis climática”, en donde no solo lanza un “SOS” por el planeta, sino que da pautas para enfrentar los efectos de los gases invernaderos, la contaminación y la deforestación. Se espera que la actual cumbre retome el Acuerdo de París de 2015.
Al parecer, la guerra por los ríos, bosques y los ecosistemas será ardua.