La Guerrilla movimiento político

La Guerrilla movimiento político

Estoy en el tramo final de mis Memorias. Hago un alto para referirme a un tema que ha venido siendo objeto de discusión durante cincuenta años.

Aclaro: La guerrilla de 1963 fue un movimiento político, producido y dirigido por la más significativa organización revolucionaria de la historia republicana y por un conjunto de nóveles políticos revolucionarios.

Todos los que en ella participamos éramos militantes y dirigentes, que arriesgábamos la vida por alcanzar un ideal.

Manolo era y es un líder revolucionario, continuador de la Gesta de Junio de 1959, que tenía como objetivo la insurgencia armada del pueblo dominicano para quebrar el bloque de poder encabezado por Trujillo, enrumbando el país por senderos todavía pendientes de realización. Figura cimera de un período revolucionario (1959-65) y precursor de la Revolución democrática Triunfante de abril de 1965.

El frente Enrique Jiménez Moya (Manaclas) estaba programado para constituir el Estado Mayor del movimiento guerrillero.

Su zona de operaciones era el sistema cordillerano alrededor del Monte Gallo, a 2,047 metros de altura, al oeste de donde fueron asesinados Manolo Tavárez y sus 16 compañeros (ver mapa).

Meses antes, miembros de nuestra organización, entre los cuales Germán Arias (Chanchano), Juan Miguel Román y el Guajiro, habían realizado distintas labores en la zona; y después del golpe, se había construido un depósito de comida en Los Ramones, y proporcionado recursos económicos a campesinos catorcistas, dueños de dos pequeñas pulperías.

A los nueve días de intensa marcha (sin que las fuerzas militares ni siquiera se acercaran a la columna guerrillera), el comando decidió establecer un campamento estable (ver mapa), mientras el Guajiro y Francisco Bueno se acercaban a Los Ramones, trasladaban los alimentos almacenados al campamento, para que la columna emprendiera entonces su marcha hacia la región del Monte Gallo, donde se crearían las condiciones de operación y seguridad.

Por errores cometidos, el comando antiguerrillero descubrió los contactos y depósitos, y cuando el Guajiro y Francisco Bueno se acercaron, la zona estaba saturada de soldados.

El Guajiro pudo salvarse del cerco y regresar, extenuado, al campamento (que había sido trasladado), lo que nos forzó a abandonar el plan original, y marchar, durante más de diez días, en dirección este franco, opuesto a la dirección original: sin comida, bajo lluvia permanente e intenso frío, penetrando en una zona desconocida, de altas montañas, algunas de las cuales superamos, caminando varios días en subidas casi verticales.

La casi totalidad de los integrantes de la columna, que dormía muy poco, se agotó hasta la extenuación. Algunos al borde de la muerte.

Manolo, jefe, lúcido y en perfectas condiciones físicas, nunca hubiera tomado decisiones que implicaran condenar a muerte a entrañables compañeros de lucha.

Cuando llegamos al firme de aquel macizo, al norte de Los Platicos (ver mapa), ya estábamos a quince de diciembre. Manolo sabía que dieciocho de los integrantes no podían continuar, venciendo los obstáculos para establecer una nueva zona de operaciones.

Nos planteamos, entonces, una osada misión: para discutir un plan que permitiera garantizar la salida del grueso de los integrantes, y de abastecimiento, para que Manolo, a la cabeza de los que estábamos en mejores condiciones, se retirara hacia nuevas regiones para retomar los planes de crear una zona estratégica.

Estábamos muy al este del objetivo inicial. El punto de referencia más cercano era Los Montones, donde Germán Arias (Chanchano), miembro de la infraestructura de Santiago, tenía un contacto, Bololo, en finca de Guillermo Pérez.

El Guajiro nos garantizó que un pequeño grupo podía llegar, en una jornada de 16 o 18 horas de marcha, hasta Los Montones, para esconderse en la finca de Guillermo Pérez, antes de caer el día.

Decidimos que esa peligrosísima misión la integrarían Guajiro, como guía, Chanchano, el único que conocía el contacto en Los Montones, Rafael Reyes y Fidelio, que por su jerarquía política era el más indicado para discutir con el Comando Urbano (en una reunión en Los Montones) la operación a través de la cual se le garantizaría al grueso de la columna su salida de la región.

A última hora, por indicación del médico, sustituimos a Rafael Reyes por Marcelo Bermúdez.

Ariza, que no era del Comando, pero que como dice el Diario de la Guerrilla de Manaclas, “por sus cualidades y conocimientos militares y por la confianza que le fue cogiendo el mando, participaba desde hacía unos días en casi todas las discusiones que realizaba el mando” (día 7 de diciembre del Diario, página 73), se opuso a que Fidelio, que era uno de los hombres en mejores condiciones, y comandante de la columna, integrara dicha comisión, pero la decisión original prevaleció.

El dieciocho de diciembre, después de haber acordado con Manolo que la guerrilla se retirara a dos días de distancia de donde estábamos, a las tres de la tarde, el Guajiro, Chanchano, Marcelo y yo, aligerados de las cargas, iniciamos nuestra dificilísima misión.

Caminamos a marchas forzadas hasta encontrar la vieja carretera abandonada, empezada a construir por Trujillo. Aunque suponíamos que no había militares en aquella zona, caminamos separados como a doscientos metros uno de otro.

Cuando al caer la noche la abandonamos, pudimos observar, desde el sitio más alto, que los militares habían establecido un cuartel en La Diferencia.

En diciembre la noche se adelanta. Caminamos durante cuatro horas, dirigidos por el Guajiro, en medio de oscuridad total.

Como a las once, este nos dijo que necesitaba hacer preguntas para poder localizar el “chucho” de Los Montones. ¡Me opuse tajantemente!, pero nos dijo que en esa zona no lo conocían y que sin ese indicio no estaba seguro de llegar a Los Montones antes del amanecer.

Guajiro descendió de nuestro escondite y se encaminó hacia una pulpería cercana. Ron y música. Estábamos en Navidad.

De momento una gritería: ¡Llamen la guardia! Nos dimos cuenta que lo habían descubierto. Saltamos al camino para rescatarlo. Yo iba delante. Marcelo y Chanchano inmediatamente detrás. Un ruido alertó a los campesinos.

Cerraron la puerta cuando ya yo llegaba. Le pegué la pistola en la cabeza a uno que pasaba, conminándolo a que tocara y dijera que era la guardia. Cuando abrieron, decenas de campesinos se echaron hacia atrás. El Guajiro, amarrado en una silla gritaba: ¡mátalos! Cuando me acerqué para sacarlo al camino, el alcalde, que estaba escondido tras la puerta, me saltó con su filoso cuchillo. Solté al Guajiro y disparé. Cayó pesadamente.

Chanchano disparó al techo con su fusil Fall, produciendo un ruido ensordecedor, y yo saqué al Guajiro de un tirón, para luego quitarle las amarras. Empezamos la marcha hacia el campamento, pero el Guajiro estaba mortalmente herido. Le habían infringido una puñalada que interesó los intestinos y el hígado.

Sin el Guajiro, con una oscuridad total, a los pocos minutos de estar desandando el trillo recorrido nos perdimos dos o tres veces, y decidimos escondernos a orillas del río Inoa y esperar que las estrellas iluminaran el camino.

Ya en la madrugada, habiendo pasado dos o tres horas, pensé que los militares, en alerta máxima, habrían montado emboscadas para atrapar o liquidar a cualquier guerrillero que transitara por los senderos por donde habíamos pasado ocho o nueve horas antes.

Decidimos entonces, los tres, caminar en sentido opuesto, para alejar la guardia en dirección opuesta a la guerrilla.

El 22 de diciembre fuimos hecho prisioneros cerca del cruce de Jánico. Se inició una nueva etapa.

 

 

 

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