No creo que la herencia dejada por José Francisco Peña Gómez a su descendencia fuera tan enorme en términos materiales. Reconozco que a lo largo de su carrera política fue un hombre probo, honesto, de gran calidad humana y cultivada inteligencia. Un líder natural, con condiciones excepcionales, éticas e intelectuales para ejercer la política tal como la enseñara su Maestro, siendo alumno dilecto del Profesor Juan Bosch, quien le dedicara uno de sus libros con las siguientes palabras: A José Francisco Peña Gómez y en él a la juventud del pueblo, semilla de esperanza en la tierra dominicana. En ese sentido podría afirmarse que Peña Gómez, por esa bien ganada fama que traspasó fronteras, permitiéndole granjearse la amistad y cultivar exitosamente relaciones con dirigentes y líderes políticos del mundo y particularmente de la social democrática, fue un hombre más que rico afortunado; dueño de una fortuna personal, moral y política, que colocó siempre por encima de ambiciones mezquinas de poder y de riquezas.
Por eso no deja de extrañar que uno de sus hijos, arrastrado a la política partidista por el prestigio del padre ilustre, dilapide y no aprecie debidamente esas cualidades, tan necesarias en medio de la podredumbre moral que nos aqueja y, obediente a otras directrices, disponga alegremente del erario de la institución del Estado que administra como premio a su militancia, como si fuera propio, repartiendo dadivosamente, millonarias sumas de dinero no en ayudas caritativas, acorde con el sueño del Padre Billini, benefactor y fundador de la Lotería Nacional, sino entre los legisladores de todos los partidos políticos para no discriminar a ninguno. ¡Extraña forma de justificar la malversación!