La herencia de nuestros hijos

La herencia de nuestros hijos

FERNANDO I. FERRAN
Hay que reiterarlo so pena de complicidad, el país sufre un franco proceso de desertificación. Y no porque la madre naturaleza no haya sido tropicalmente pródiga con nosotros sino porque no faltan quienes desligan y anteponen el crecimiento económico al manejo integrado de los recursos naturales renovables. La nefasta combinación de afán de lucro sin escrúpulos, ausencia de regulaciones de carácter legal respetadas por todos y aplicadas sin miramientos, así como el crecimiento urbano, afectan de manera irreversible la calidad ambiental y ocasionan la explotación indiscriminada de la base de nuestros recursos naturales.

Un signo inequívoco de esa desertificación aparece en la pérdida de cobertura vegetal. Dicha pérdida afectaba el 72.5% del territorio nacional en 1996 y, al día de hoy, no hay indicio irrefutable de que esa tendencia haya sido revertida o al menos, detenida.

Paralelamente, si bien las áreas protegidas aumentaron nominalmente por efecto de la Ley 64-00, de 16% del territorio nacional en 1998 a 19% en el año 2000, es harto conocido que sólo 35 de 70 de esas áreas cuentan con protección y, de esas 35, únicamente 30 tienen un guardián. La degradación ambiental que se seguirá de esta sola situación parece inevitable, independientemente de las que se añadirán por efecto de las serias incongruencias prevalecientes en la debatida Ley 2002-04.

Otros dos signos provienen del manejo de los recursos del agua (calidad del agua, cantidad y manejo de cuencas hidrográficas) y la recolección y disposición de la basura.

Aunque la falta de datos sistemáticos limita una evaluación exacta y detallada del alcance del problema, el 17% de la población dominicana carece de agua potable en sus alrededores. Esta situación, de acuerdo con las proyecciones disponibles en el Informe Nacional de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, no será resuelta ni siquiera en el año 2015.

Por añadidura, el análisis ambiental del Banco Mundial del año pasado identifica la falta de manejo de las aguas negras y de los residuos agrícolas como causa de la mala calidad del agua superficial, de los recursos hídricos subterráneos y del agua costera. Además, el manejo de las cuencas hidrográficas con prácticas no conservacionistas conduce a la erosión del suelo y amplifica el daño y la frecuencia de inundaciones. Y por si todo lo anterior fuera poco, el mismo estudio subraya que la falta general del manejo de la basura contamina las fuentes de agua, causa enfermedades y es una molestia, tanto para los nacionales como para los visitantes.

Entre los problemas ambientales emergentes destacan la contaminación del aire, con emisiones de CO2 que pasaron de 8,716 toneladas métricas en 1994 a 16,649 toneladas métricas en el año 2004, y la degradación de los ecosistemas costeros.

La exposición anterior no agota el rosario de signos adversos. Lo decisivo reside en que está en nosotros legar a nuestros hijos un desierto, en consonancia con el modelo y las prácticas de desarrollo imperante, o un país ecológicamente sostenible. Para esto último se requiere revertir la pérdida de recursos renovables del medio ambiente.

Obviamente, esa prioridad no transformará la realidad nacional a menos que la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, a la cabeza, y los grupos y organizaciones de la sociedad civil, como entes de presión, de ejecución y de supervisión, tengan por objetivo estratégico hacer del medio ambiente un tema indispensable dentro de los planes de crecimiento y de desarrollo del país. La vía razonable para lograr tal propósito es el establecimiento de una agenda de «transversalidad», asumida como política de Estado y que vele por la integración estratégica de la dimensión ambiental dentro de las políticas y de los programas de inversión, así como de las ejecutorias de los sectores público y privado.

En una sociedad como la nuestra las leyes y los reglamentos siempre quedarán cortos de los amarres de aposento, a menos que el tema ambiental pase a ser el «leit motiv» de la agenda nacional. Mientras logramos esto último, debo parafrasear al príncipe Hamlet y decir, desde un país situado en el mismo trayecto del sol: desierto o no desierto, esa es la cuestión.

fferran1@yahoo.com

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