La herencia política

La herencia política

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Sin lugar a dudas, no se puede afirmar que todos los políticos son corruptos, ambiciosos, mediocres y perversos, ni siquiera de broma, porque solo unos cuantos están dotados de esas habilidades, lo que sucede es que existe mucho afán de servicios entre los políticos y muchos ideales dejados a la vera del camino por necesidad de subirse al tren del gobierno o adaptarse al realismo refulgente del ejercicio del poder. Y ahí se pone en juego la reputación personal y de la familia. Esa es la herencia que reciben los hijos y los nietos, la mala fama. Por eso también es la desbandada cuando termina un gobierno y surge uno nuevo. Tras el descalabro de los reformistas en las elecciones pasadas fueron muchos los que prepararon sus maletas, no porque se les echara, sino por voluntad propia. No resistían el más mínimo análisis de su gestión durante el proceso de su estadía en los cargos. Ahora se han dado a buscar bajo distintos paraguas en el bando ganador o amparados debajo del viejo faldón protector de Balaguer.

La herencia política, muchas veces, resulta dañina para los hijos y nietos; otras veces, cuando es titulada por la historia como ejemplo de honestidad y responsabilidad es un pasaporte para alcanzar el poder, porque cuando la democracia es buena y auténtica, cuando existe reconocimiento de la sociedad y del Estado, es el redondeo glorioso el que se cierne sobre los hijos y descendientes de ese político, no pasa así cuando la corrupción, que es eterna, adorna las cabezas de los políticos, aún cuando existen beneficiarios reservados, cuyas fortunas no hayan trascendido. Es que quienes fabrican el destino en cualquier país son los profesionales de la política y esta fama puede ser positiva o negativa. Un político serio y honesto en cualquier país delata una triste originalidad y hasta se burlan de éste.

 

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