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Los estudiosos de la política, que en el país no son pocos, señalan los efectos de la herencia política, los llamados hijos de la política, que no se atreven a decir que su padre es político, porque en determinados sectores sociales y económicos son marginados, los mirarán como si tuvieran la peste, aún cuando el padre sea hombre honesto y persona austera, que vive sin alardes, que se siente un ejemplo digno de reconocimiento, como aquellos que sufrieron en sus propias carnes los rigores de la cárcel y las torturas o el exilio durante los largos y oscuros años de tiranía.
Efectivamente, la profesión de político tiene mala fama, una nefasta reputación, muy parecida a aquella que tenían algunos periodistas en el pasado, que hoy son mejor vistos, por muchas razones, entre otras, por ser el azote de los políticos y en particular de determinados políticos; aquellos que barrieron con las arcas del Estado, que están tildados de corruptos o los que tienen un sin número de pecados que ocultan con el mayor sigilo y con sus inmundicias han llenado la vida pública en general.
En el desprestigio de la clase política dominicana ha existido una generalización total y se ha caído en la tentación de hablar de todos los políticos, como si todos ellos fueran ladrones, ambiciosos, desmedidos y solamente buscaran el enriquecimiento por cualquier vía y el mantenimiento permanente en sus puestos de trabajo. Y esto no es válido por completo, existen sus excepciones como todo en la vida. También se señala que son capaces de maniobrar para mantenerse en el poder, ignorando que los hombres ni las mujeres son eternos, aunque los cargos pueden serlos.