Había un personaje en mi pueblo que utilizaba hábilmente una docena de términos con los que impresionaba a sus contertulios de ocasión. “Eso es cuestión de sistema”, decía con aire doctoral mientras los demás hacían silencio, fingiendo también haber arribado a una conclusión clara y satisfactoria. Pareciera que algo así sucede cuando alguien utiliza como cliché la “herencia del trujillato”, para explicar problemas de la cultura política dominicana.
Pero probablemente, la “explicación” del provinciano resulte ser más adecuada que la supuesta herencia.
Tantos años de marxismo debieron acostumbrarnos a pensar en términos de sistemas, a “conceptualizar” los problemas, las variables o factores que los producen, los definen, los determinan o condicionan. Algunos analistas parecen olvidar adrede enfoques teóricos que nos han ayudado a entender por qué nunca hubo carretera entre el Cibao y el Sur: El sistema capitalista de comercialización solamente construía carreteras hacia los puertos principales. Nuestras redes viales interurbanas nunca fueron como las autopistas de Estados Unidos.
Más que buscar nuestro machismo y mentalidad autoritaria en el trujillato o en el individualismo español, el análisis sistémico nos conducirá a causas que, actuando desde las potencias mundiales, han ido configurando nuestras estructuras y sistemas socioculturales, nuestro modo de ser, y nuestros sistemas institucionales y sus precariedades.
Dicho en cibaeño, más que ambición de poder, mentalidad atrasada y machismo, el problema es mayormente de modos de sobrevivir y de buscárselas. Muchos políticos, o gentes que van a la política, tienen que hablar mentiras o cometer ciertos delitos para llegar; muchos buenos hombres a menudo corren el riesgo de dañarse en el camino. Y luego tienen que mentir, y engañar de nuevo para saber mantenerse en el poder (“saber gobernar”); y para saber apearse del solio o curul. El sistema, hubiera dicho mi compueblano, obliga a construir subsistemas de coartadas de auto protección, para asegurar que al descender, serán respetados y no ser desconsiderados.
Es error representar a los políticos como si fueran extraterrestres o enfermos mentales, que no saben hacer otra cosa que procurar y acumular poder. Cierto es que el poder trae consigo muchos privilegios y placeres, pero cualquier ser medianamente racional y relativamente sano, querrá alguna vez en su vida descansar de los tejemanejes e intrigas del gobierno. Muchos se acostumbran al carguito, sus canonjías y eunucos. No pocos carecen de imaginación para hacer mejores cosas. En nuestros países, el sistema de ascenso y descenso al poder condiciona el sistema o modelo de sustentación, y éste, al sistema de cómo apearse.
Si un candidato a diputado o síndico tiene que apostar grandes sumas para subir, tratará de recuperar multiplicada su inversión, a menudo facilitada por capitalistas y narcos: delincuencia alevosa, premeditada. Muchos ascienden, se mantienen o descienden mediante la malversación y fraude contra recursos del Estado. Consecuentemente, se sienten obligados a blindarse manipulando mecanismos institucionales e informales, públicos y privados. Como Diógenes, busquemos políticos incorruptibles que, sin comprometerse con los poderes establecidos, tampoco mientan a las masas irredentas. También podemos ser más realistas: cambiemos de sistemas, empezando por uno mismo.