La historia como referencia móvil

La historia como referencia móvil

A veces me pregunto ¿para quién escribo mis artículos? ¿Para el humano interesado en temas que lo hacen pensar o, acaso, para intentar inducir -desde mis ignorancias- a quienes pueden razonar, para que lo hagan, escapándose de una inmovilidad encadenante?

   Ya querría yo tener la inteligencia y el prestigio para que estas invitaciones al pensar hondo y claro alcanzaran a más personas, desprejuiciadas y aceptantes de que todo cambia.

   Lo vemos en la naturaleza, esa formidable maestra que nos enseña la movilidad constante, que insiste en mostrarnos los cambios.

Pasamos con un inexplicable  salto de lo bueno a lo malo, de la sonrisa inocente a la mueca tóxica y maligna.

Parece que algunos pronosticadores meteorológicos lo entienden en sus esencias. Durante mis estancias en Londres, cierta mañana de otoño, al abrir el solemne periódico “The Times”, encontré la información correspondiente al día.  Para aquella mañana en que las hojas no sabían aún si debían caerse o resistir, y  la flor amarilla que estaba junto a la ventana de cristal desconocía su resistencia al vientecillo, “The Times” pronosticó “Lluvias, chubascos, sol fuerte, vientos súbitos, frío y calor”.

   Pues  ese día hubo de todo. Por eso los británicos no olvidan su paraguas que además, cerrado y puesto en alto, sirve para llamar un taxi.

   Pero, hablando de variaciones y movilidades en la historia, debemos tener muy presentes este real proceso de mutaciones.

   Cambiamos. En cualquier dirección, pero debemos tratar para que no sea hacia formas de atraso. 

    Me van a tener que excusar que entre en un terreno filosófico,  pero cuando Hugo de Vries (1848-1935) publicó entre 1901  y 1903 su famosa “Teoría de las mutaciones bruscas” (Die Mutationenstheorie), vemos que, contrariamente a lo sostenido o implicado por el movimiento filosófico continuista que prevalecía en muchas doctrinas evolucionistas biológicas, nos dice Julián Marías citando a Louis Vialleton, que “las conclusiones antievolucionistas muestran la imposibilidad de reducir a un tronco común las ramas paralelas de distintos árboles genealógicos de las especies.”

   No podemos ni reducir ni anular conductas a la fuerza, sino transitoriamente, falsamente.

 Por eso la “buena conducta cívica, la ‘paz’, de la Era de Trujillo” no sirvieron para educar al pueblo dominicano en las conveniencias de la disciplina cívica.

   La tarea de un buen Gobierno radica en obtener conveniencias nacionales a partir de las inevitables diferencias.

   Se trata de imponer la educación cívica, convenciendo de su conveniencia, personal y ajena.

Tal vez las esperanzas en los beneficios de un 4% para la educación tengan mucho de ensueño, pero tengamos presente que todo se mueve, nada es estático.

Así como la criminalidad sube, salta y aterra, con vigorosa energía ha de enfrentarse la incapacidad de pensar bien y promover la  actuación  conforme a una moral debidamente incentivada.

   Donde se premie y se castigue con verdad, dureza e inconcesividad. 

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