La historia de Mubbla

 La historia de Mubbla

MARIEN A. CAPITÁN
Sus barbas rizadas brillaban frente a la luna. Blancas, muy largas, se ensortijaban para dar vida a alegres tirabuzones que volaban al compás del viento. Risueño, con unos delgadísimos y rojos labios que contrastaban con su blanca piel y la redondez de su gran nariz, Mubbla bailaba distraído. Nada le preocupaba. Dejando el tiempo pasar, apoyado sobre las ramas de un tibio pino, era feliz. Las luces, centelleando de dos en dos, le acompañaban y le daban todo lo que necesitaba: seguridad y calor.

A pesar de lo bien que vivía, un buen día Mubbla entristeció. Un muñeco de nieve, de redondas formas y nariz puntiaguda, llegó hasta su morada para hacer que de repente descubriera que había algo que le faltaba: no poseía cuerpo.

Mirarlo de cerca, al principio, fue cuestión de mera curiosidad: quería ver al nuevo compañero que habían colocado en el árbol. La intriga, más fuerte que la precaución, hizo que Mubbla tentara a la suerte y se agarrara de un golpe de brisa: así podría moverse y estar cerca del nuevo muñeco, Nivlu.

Auque estaba seguro de que su táctica le daría resultado, Mubbla terminó cayendo al suelo. Una vez allí, asustado, se dio cuenta de que Nivlu no era como él y cómo los demás. Mirando hacia arriba, y descubriendo los pies de Nivlu

– Hola, le saludó desde el piso.
– ¿Quién me habla?
– Soy Mubbla, ¿y tú?
– Me llamo Nivlu pero dónde estás. No puedo verte.

 Estoy aquí, abajo. Es que me caí del árbol.
– Ah, espera a ver si te veo.
– Mira hacia la derecha, así podrás verme.
– Caramba, te has golpeado muy fuerte; hasta perdiste el cuerpo. ¿Dónde habrá caído?
– ¿Cuerpo, qué es un cuerpo?
– Lo que tienes debajo de la cabeza. Los brazos, el torso, las piernas… eso es el cuerpo. ¿Puedes ver cómo muevo el mío?
– Sí, pero… ¿por qué yo no tengo?

La conversación terminó abruptamente. Uno de los señores de la casa, al ver a Mubbla en el suelo, se detuvo a recogerlo. Para su desgracia, lo colocaron al lado de Nivlu. Entonces dos frías lágrimas surcaron su rostro.

– ¿Por qué lloras?, le preguntó el viento inmediatamente.
– Es que acabo de descubrir que no tengo cuerpo. Soy un ser incompleto.
– No estás incompleto, Mubbla, sólo eres diferente.
– ¿Diferente?
– Sí, tú formas parte del mundo de los adornos navideños. Te hicieron así para que seas más gracioso y hagas felices a los niños que te vean. Ellos te quieren tal como eres; al verte, les das alegría. Por eso no debes estar triste.
– ¿Estás seguro?
– Por supuesto. Tú eres uno de los protagonistas más importantes de la Navidad.
– ¿Navidad? No entiendo qué es eso.
– Es la época más bonita del año. La gente se une, para celebrar el nacimiento de Jesús, y hace votos de superación.
– ¿Y qué hago yo en medio de eso?
– Tú, como Nivlu, engalanan el árbol de Navidad. Cuando lo hacen, dan luz a estos días.
– ¿Para qué sirve ese árbol?
– Estas ramas, en las que descansas, le recuerdan a la gente que su vida es como ellas. Frágiles, necesitan un apoyo, un soporte que les ayude a ser mejores y a sobrevivir. También que, como ustedes, siempre habrá detalles que les den felicidad. Además, al poner los regalos bajo el árbol, les obliga a entender que lo único que les puede llenar es darles algo de sí a los demás.

Las palabras del viento calaron en Mubbla. De repente, se dio cuenta de que el árbol en el que él vive es mucho más que un elemento decorativo: representa una lección que todos debemos aprender. Aquella que, vestida de luz, nos recuerda que debemos vivir para darle felicidad a quienes nos rodean.
m.capitan@hoy.com.do

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