La historia de Roberto

La historia de Roberto

MARIEN ARISTY CAPITÁN
Poco antes de las dos de la tarde nos encontramos con su pequeña cara. Sonreía. A pesar de no tener a la suerte de su lado, él mostraba su sonrisa y nos decía, a través de ella, que somos demasiado mezquinos e insensatos. Qué más puede pensarse cuando vemos que un niño de 10 años discapacitado tiene que recurrir a un medio de comunicación para conseguir algo que le debe estar dado de antemano: el acceso a la educación. Aunque suene a un absurdo, Roberto Jiménez González suplicaba ayer a las autoridades educativas que intercedieran por él porque en la Escuela Padre Valentín y en el Colegio Quisqueya se negaban a inscribirlo bajo el alegato de que sus compañeros de plantel se burlarían de él a causa de la deformación que tiene en las piernas.

Escuchar esto –o leerlo, mejor dicho, porque lo conocimos a través de El Nacional- fue demoledor. Un niño con problemas, y atado a silla de ruedas, sueña con estudiar y el sistema educativo, tan ingrato como siempre, le cierra las puertas. ¡Qué castigo más cruel para alguien cuyo único pecado ha sido no contar con un cuerpo sano!

Lo más terrible de este caso es que las autoridades dieran por sentado que los niños que compartirán con él sólo le entregarán burlas. Yo estoy segura de que eso no es así. Para sustentar mi afirmación compartiré con ustedes los primeros párrafos de un reportaje que escribí hace más de un año: 

«Determinación, esfuerzo y verdaderos deseos de aprender. Eso muestran cada día Franklin Báez y Enrique Hernández cuando llegan a su escuela, la Hermanas Mirabal del sector El Café, en Herrera, sobreponiéndose a sus propias limitaciones físicas: la ceguera y la minusvalidez, respectivamente.

El caso de Báez, por el tipo de limitación, es más impresionante que el de Hernández. En ambos casos, sin embargo, los estudiantes cuentan con la misma suerte: sus compañeros de curso les ayudan para que su labor se desarrolle con éxito. Por ello, los dos cursan el octavo grado sin ningún contratiempo.

Para Báez la ayuda significa que le dicten las clases para poder escribirlas en Braille. Para Hernández, cuyo problema está en el cuerpo, se traduce en subirlo y bajarlo cada día desde el segundo piso, algo que siempre hacen sus compañeros».

La historia de esos dos niños se escribe con letra distinta (por eso, de hecho, la puse en cursiva). Ellos se empeñaron en estudiar y, gracias a otros chicos como ellos que les ayudaron, pudieron graduarse de la educación básica. Tras ver ese ejemplo, ¿no podemos pensar que a Roberto le sucederá lo mismo? En caso de no ser así, ¿debemos negarle la oportunidad de sobreponerse a las burlas que, entienden unos sujetos, podrían llegar?

Es injusto que tanto la educación privada como la pública le cerraran las puertas a Roberto en nombre de una posible discriminación que, paradójicamente, se dio en el mismo instante en el que los directores de dos de los centros le dijeron que no podían aceptarlo.

Pese a ellos, y sus palabras, finalmente las cosas se enderezaron. Alejandrina Germán, al ser cuestionada acerca de este caso, determinó categóricamente que ese niño entraría en la Escuela Padre Valentín. Fue una orden. Y ya se cumplió.

Ojalá todos los problemas del sistema educativo pudieran resolverse con sólo una llamada de la secretaria. Sabemos que no es así y que falta dinero, mucho dinero, para resolver los asuntos que tienen que ver con la infraestructura, los libros, las butacas… pero, ¿qué pasa cuando el problema tiene que ver con la visión y no con los recursos? El asunto es peor.

Aunque no haya butacas, ni escuelas ni pizarras ni tizas, lo cierto es que no podemos darnos el lujo de tener directores de centro que practiquen la discriminación como deporte. Hoy fue Roberto. Mañana puede ser mi hijo o el suyo.

Mientras pensamos en ello, rezaremos para que Roberto sea bien recibido en su nueva escuela porque, negándole la posibilidad de educarse, le estaríamos diciendo que jamás podrá pararse de su silla de ruedas. Es que, aunque físicamente nunca lo hará, alcanzando su sueño le regalaríamos el cielo y la posibilidad de volar en él.

m.capitan@hoy.com.do

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