La historia de una madre contada por una de sus hijas

La historia de una madre contada por una de sus hijas

Especial para HOY/¡Vivir!

Cuando te conviertes en madre, aprendes a valorar el sacrificio de los demás y lo que antes te parecía falta de atención, ahora comprendes que fue el mejor esfuerzo que hizo tu mamá para sacar a sus hijos adelante.

Haber nacido en 1937 en el paraje El Montazo de Azua, ser la única mujer y la más pequeña de seis hermanos, no le facilitó la vida a Ramona García de Ramírez, mi madre. Con trece años decidió salir de su casa y juntarse con el que sería el primero de sus cuatro maridos, que al igual que a los siguientes dos tuvo que dejar, a pesar de haberles parido dos hijos a cada uno, porque no la valoraron ni la trataron con el respeto que merecía, en una época donde las mujeres eran sometidas por sus cónyuges.

Cuenta que no lo tuvo fácil, las críticas fueron muchas, pero esto no la amilanó y, habiendo salido del Montazo y radicado en Padre las Casas, fue a por su cuarto y último marido, mi padre Hungría Ramírez Romero; con quien tuvo cinco hijos más, sin contar dos pérdidas y a un sobrino que decidió adoptar.

A mi madre la recuerdo siempre ocupada, entrando y saliendo de casa, porque con lo que traía mi padre al hogar, al volver de trabajar sus tierras, no era suficiente para mantener a una familia tan numerosa.

Tuvo que realizar diversos oficios, aun los que se consideraban ilegales en esa época, como rifar y comprar maní en las factorías para tostar y mandar a vender (fueron muchas las ocasiones que tuvo que ocultarse de la policía por esto); lavó y planchó por paga, se montó una fritura que no le duró mucho; se compró una vaca para tener leche en la casa y consiguió una cerda, a través del Banco Agrícola y al pagar la deuda contraída decidió mandar a matarla y quedarse con un verraco, que se convirtió en el mejor padrote de toda la zona. Por cada puerca enrazada le entregaban un puerquito que vendía por 200 pesos.

Mi madre nunca pensó en tomar vacaciones, ni siquiera se permitió enfermarse, porque la meta era que sus hijos estudiaran, que no fueran analfabetos como ella, ni se dedicaran a “pasar trabajo” en la agricultura como mi padre. “Me da vergüenza tener que firmar con una cruz, yo tengo que aprender aunque sea a escribir mi nombre”, siempre decía, y lo logró, ahora para firmar cualquier documento escribe orgullosa Ramona García.

De sus 12 hijos, ocho son profesionales y al hablar de ellos con las personas siempre dice con orgullo, la ingeniera, la periodista, la enfermera, la abogada, el profesor, el agrimensor, el contador; y lo mismo hace con sus 33 nietos y 18 biznietos.

Al paso de los años, también ha tenido que hacerse cargo de los hermanos que no la dejaron ir a la escuela porque la enamoraban y de una forma u otra, también ayudar a los tres maridos que no la supieron valorar.

Esta vida extraordinaria, no solo es valorada por sus descendientes, de la Fundación Sur Futuro la escogieron hace dos años para presentarla como “madre ejemplar” al Despacho de la Primera Dama, donde fue reconocida por doña Cándida Montilla de Medina, con una placa y un premio.

Jamás perdió tiempo quejándose y no le toleraba debilidades a nadie, defendía, y aun lo hace con fuerza, sus logros lo que le caía mal a mucha gente, incluyendo a sus hijos, pero goza de la amistad y admiración de las personas que la conocen. Por esto, y muchas cosas más, mi madre es una mujer ejemplar, una de las tantas heroínas anónimas que habitan en nuestra sociedad.

Momento difícil. Hace cinco años los médicos le recomendaron hacerse una cirugía para corregir un descenso en el colon, fue un momento difícil porque hubo que operarla tres veces en solo un mes, para preservarle la vida. Ahora muestra esa cicatriz como un trofeo de guerra porque fue el momento en que tuvo que aprender a depender de otros y dejar en manos de Dios su destino.

Hoy con 78 años, vive feliz con su marido, ya sin tener que trabajar, disfrutando de su único vicio, jugar lotería, viajar de casa en casa de sus hijos y esperar le salga la visa para ir a ver a los que están en el extranjero.

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