La historia del marco

La historia del marco

Hablar del marco es hablar de la obra. El marco no es algo que se agrega sin conocer la imagen que va a recibirlo. La historia del marco está ligada a la del arte. Hace tiempo que se conocen varios casos de orlas, pero el marco como lo conocemos hoy aparece con la tradición bizantina. Las obras religiosas de la edad media, los retablos  que vemos en las iglesias están enmarcados con motivos que retoman los elementos arquitectónicos del edificio. En el siglo XIII los paneles de madera estaban cavados  en el centro, y aparece así en el borde un relieve que se asemeja a un marco. El oro que cubre el pedazo de madera entero juega un rol más religioso que artístico. Con la aparición del lienzo, el marco se desarrolla como una pieza aparte que se agrega al cuadro.

El hecho de enmarcar regularmente las obras aparece hacia el Renacimiento con la pintura de caballete. El humanista León Battista Alberti define la pintura como una ventana abierta al mundo. Considerada como una ventana, la obra tiene de facto límites materiales que son los bordes del cuadro. Hasta casi el fin del siglo XVIII, se hace un esfuerzo por  presentar  y magnificar la obra como si fuera una joya dentro de un joyero. El marco  de madera hasta prácticamente la llegada del siglo XIX, es fabricado por escultores y ebanistas.

Los marcos de estilo “Luis XIV, XV y XVI” son frecuentemente dorados y de una calidad técnica muy grande. Éstos  tienen éxito hasta hoy en día, aunque los procesos de fabricación han evolucionado. La copia de estos dos estilos es una imitación más que una copia fiel.

Pero al final de siglo XVIII, el yeso reemplaza poco a poco la madera. Eso permite una producción en serie y una multiplicación de motivos antiguos.

A partir de 1850/1870 el propio artista se preocupa por el marco. En realidad, varios impresionistas rechazan marcos dorados y muy esculpidos como los había antes. En cambio, las instituciones (museos, galerías, salones) siguen enmarcando los cuadros con este tipo de marco, que facilita la venta del cuadro. En realidad, la evolución en la manera de pintar la imagen es la que dicta este cambio. Los impresionistas, con la perspectiva atmosférica y los enfoques no centrados, no consideran el cuadro como la ventana definida por Alberti. Para ellos, el sujeto no tiene límites. Entonces, el marco debe ser lo más neutro posible. El blanco es elegido por varios de ellos, como el pintor Edgar Degas. El marco puede también retomar un color presente en el cuadro. Así, el color elegido no interrumpe la difusión de las pinceladas coloridas fuera del cuadro. El objetivo de los impresionistas es ver más allá del lienzo. Los arquitectos decoradores también participan en este movimiento de transformación del marco como el arquitecto belga Víctor Horta o el francés Héctor Guimard que crean piezas únicas.  Para ciertos tipos de trabajo el uso del oro persiste y Renoir es un ferviente defensor del marco de estilo antiguo como el del Luis XV. Pena que hoy muchos de estos marcos; muchos de ellos piezas originales, fueron perdidos, y que los conservadores de los grandes museos no hayan querido usarlos para enmarcar sus colecciones.

En fin, con la aparición de la abstracción aparece una nueva reflexión sobre la manera de enmarcar las obras. Las dimensiones de las obras son grandes y las proporciones no tienen sentido frente a algo abstracto. No hay necesidad de enmarcar porque no existen los límites que vimos antes. Una solución acuciosa nace: el marco-caja o caja americana. Es un marco que oculta los lados del lienzo pero da a conocer la obra de manera total porque no cubre los bordes de la representación. Es un junco en los bordes exteriores del lienzo. Eso no separa la obra del mundo. Existen muchos ejemplos con los de la pintura de Picasso, Malevitch,  Modrian, Kupka y los demás.

Con esta pequeña presentación de la historia del marco, podemos apreciar que siempre ha habido una relación estrecha entre marcos y obras. Esta tradición debe persistir.

¿Por qué? Ante todo, la orla de una pieza de arte, ya sea pintura, dibujo o fotografía, debe ayudar a la obra, en el sentido que aporta algo suplementario que no perturba la contemplación. El marco debe pertenecer a la obra, fundirse en ella. Debemos verlo sin verlo. Por eso, el enmarcador tiene que retomar el tema tratado para apropiarse el contexto (la época), la mentalidad del artista, el tipo de obra (paisaje, retrato,….) y la técnica (pintura, dibujo, fotografía…). En fin, un conjunto de elementos que permite elegir el tipo de marco más conveniente. Por ejemplo, el siglo de oro de la pintura holandesa es conocido por pinturas de tamaño pequeño, con un juego de claro/oscuro donde la luz es algo frágil que sugiere una cierta intimidad. Una obra de esa época jamás fue enmarcada con un marco exuberante y dorado. Al contrario, tenemos un marco en madera natural o tintada de manera oscura, parecido al borde de una ventana, para que entremos de manera discreta en la intimidad de la escena.

Hoy por hoy, progresivamente renace un interés por la orla. Hace poco tiempo, había una solución radical: no enmarcar las obras, esencialmente las pinturas. Los artistas reflexionan sobre eso: será por el tema de la crisis? Tratan de dar, a través del marco, una cierta importancia a su trabajo como lo habían hecho los escultores del siglo XVIII pero de manera menos exuberante.  Pero con obras de gran tamaño y muchos colores, la sobriedad se impone. Es el lujo de gente que tiene buen gusto.

Cada época tuvo su estilo de orlas. El retablo, espíritu de la edad media; el lujo del siglo XVIII; la discreción del blanco de los impresionistas; el marco caja de la pintura abstracta. Entonces, cabe preguntarse cuál será el espíritu del marco del siglo XXI?. Es algo todavía pendiente de definir.

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