BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Mamá me contaba que por el medio del pueblo de Barahona pasaban cañadas y pequeñas vías de agua que se agostaban pero de tiempo en tiempo volvían a reclamar su recorrido. El río Birán es un ejemplo de ello. Jugar en los pequeños charcos y saltos del Birán era como arrojar estrellas desde la tierra. Sus aguas de un sabor dulzón, de una pureza inigualable, eran la delicia de los veranos por su fría temperatura. Por supuesto, había que bañarse en la cabeza del río. Cerca de la boca del río Birán vimos las mujeres que trabajaban en los cafetines de Ana Julia, Panchito Jobino, Boca de Jarro y en el inolvidable café Rivadavia de Daniel Olivero, escasamente vestidas y cuando mucho con una bata que el agua ceñía a sus cuerpos marcando las partes físicas más atractivas de la mujer.
El Birán tenía un recorrido corto. Nadie lo midió entonces pero deben ser menos de cinco kilómetros. Atravesaba la parte sur del pueblo, hasta desembocar cerca del antiguo matadero municipal, en la orilla del mar. El río se desplazaba a ras de la superficie terrestre pero en el sector de La Habitación era diferente.
Llamaban La Habitación al amplio bosque virgen situado entre la carretera hacia Baoruco, La Ciénaga, Paraíso, Los Patos, Enriquillo, el camino al río Sito, ahora continuación hacia el sur del malecón, colindaba con la parte este de la calle Santiago Peguero y terminaba en donde comenzaba la calle Anacaona, detrás de la familia Maggiolo.
Por el medio de La Habitación, a escasos metros de una enorme mata de ricos mangos, iba la cuenca del Birán cuya garganta tenía entre tres y cinco metros de ancho y de profundidad.
Ese bosque era un lugar excelente para jugar a policías y bandidos, a vaqueros e indios, dividir dos bandos para hacer la guerra. Colgados de las gruesas lianas de altos y copudos árboles emitíamos un grito ronco, profundo, como el de Tarzán, para cruzar de uno a otro lado de la concavidad. Ello, hasta que una tarde colgaban dos del bejuco y se me ocurrió saltar hasta el mismo; no quiero recordar el golpe que nos dimos. El río Birán tiene esas y otras historias que han vivido nadie sabe cuántos miles de barahoneros.
Todo barahonero sabe que Birán viene y se va, como ocurre ahora que quienes construyeron viviendas en la cabeza del río ahora son damnificados ¿y se esperaba otra cosa? Birán correrá cuando haya grandes lluvias y el rumor de sus aguas se callará con la cíclica sequía de ese sur de nuestros amores y de nuestros dolores.
Birán es una demostración de la irresponsabilidad de mucha gente, de quienes vienen del campo a la ciudad, olvidados del principal responsable del bienestar colectivo: los gobiernos.
Otros, que tienen la obligación de regular los asentamientos humanos como parte de sus responsabilidades sociales y políticas y no la ejercen…
El ejemplo del río Birán es una minúscula parte del problema nacional: una mezcla de irresponsabilidad, demagogia, falta de pantalones y corrupción.
Dicen que hay cientos de muertos como secuela de las lluvias de la tormenta tropical Noel. Ni siquiera nos han ofrecido todas las informaciones.
El gobierno y mucha gente ve la enorme tragedia como si decisiones cosméticas fueran suficientes para resolver los problemas.
Esta tragedia nacional nos da la oportunidad de enderezar los entuertos, impedir que se ofrezcan las vidas de dominicanos al albur de otra catástrofe.
Permitir el regreso de personas residentes en lugares precarios, en cursos secos de ríos, en laderas que pueden y se han derrumbado, es una irresponsabilidad mayúscula.
El momento y la situación son para actuar con la severidad y la serenidad que se amerita, para prevenir nuevas desgracias.