Antes de conocer personalmente a Mieses Burgos había leído una antología de sus versos compuesta por el poeta Freddy Gatón Arce; un libro publicado por la Colección Pensamiento Dominicano, que dirigía don José Postigo y distribuía la Librería Dominicana. Esa librería estaba situada en la calle Mercedes esquina 19 de Marzo, justo en las calles donde yo correteaba siendo niño, pues durante algunos años mis padres vivieron en una pequeña casa colonial, alquilada, en la calle Luperón. Nunca pensé que sobre las páginas de ese manoseado ejemplar, el mismo Mieses Burgos escribiera para mí, muchos años después, con su puño y letra, añadidos a sus propios versos.
En los años cincuenta visitó la República Dominicana el diplomático Agustín de Foxá, quien publicó un libro titulado “Por la otra orilla”; este título significaba que los intelectuales españoles volvían a las tierras de América que una vez formaron parte del enorme imperio de Carlos V. El conde de Foxá quiso llegar hasta la Cordillera Central; quizás porque don Luis Colón de Toledo ostentaba el título de duque de La Vega Real. De Foxá conoció un poema de Mieses Burgos; al nombrar el autor, dijo: “dos apellidos castellanos tras el nombre protestante del inventor del pararrayos”.
El conde de Foxá era personaje conocido por la élite intelectual dominicana de aquel tiempo, debido a las múltiples menciones que de él hacía Curzio Malaparte, escritor italiano de moda en Cuba y Santo Domingo después de la Segunda Guerra Mundial. Mi amistad posterior con F. M. B. comenzó a través del padre de uno de mis amigos. Ambos me llevaban más de 30 años. Cuando murió, los amigos de él, los de su edad, me llamaron para que pronunciara su oración fúnebre.
Entonces, ya me había entregado para publicación el texto de su libro “Clima de Eternidad”. Él quería usar el título de un cuaderno para todo el libro. Tuve el gusto de ponerlo en circulación en la Universidad Católica Madre y Maestra. Después me tocó editar sus Obras Completas para la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, precedidas del estudio general de su poesía. Al año siguiente se publicó la lujosa “Antología”, ornamentada con una celebrada pintura: “Los caballos de Suro” flotando en el viento.