La historia se repite

La historia se repite

POR HAMLET HERMANN
A raíz del ajusticiamiento del tirano Rafael Trujillo en 1961, el Presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, trató de buscar solución a la crisis que empezaba a desarrollarse en República Dominicana. Luego de escuchar a sus principales asesores concluyó diciendo: “Hay tres posibilidades en orden descendente de preferencia: un régimen democrático decente, una continuación del régimen de Trujillo, o un régimen castrista.

Debemos apuntar hacia el primero, pero realmente no podemos renunciar al segundo hasta que estemos seguros de que podemos evitar el tercero.” Estos conceptos los recoge Arthur Schlesinger, biógrafo de Kennedy, en su libro “Mil Días; JFK en la Casa Blanca “. En otras palabras, el gobierno de Estados Unidos trataría de imponer en República Dominicana un gobierno afín a sus intereses, aunque preferiría mantener a los Trujillo con tal de evitar un gobierno revolucionario. La frase kennedyana recoge la esencia de la política exterior de Estados Unidos desde que, a finales de siglo 19, surgiera como potencia mundial.

Los altos funcionarios de Estados Unidos empezaron a viajar por su “patio trasero” luego de la Segunda Guerra Mundial cuando se desarrollaba la era de la aviación. A principios de los años 1950 las relaciones de Estados Unidos con América Latina estuvieron en su punto más bajo hasta entonces. Así las cosas, el presidente Eisenhower envió a su hermano Milton a una gira por el continente. El informe final del recorrido reflejaba que la pobreza era el principal problema de la región y que debía ser enfrentado por Estados Unidos. Pero el hermano, General y Presidente, hizo todo lo contrario: disminuyó la ayuda económica y aumentó la ayuda militar.


Poco después la CIA propiciaría el derrocamiento del presidente Jacobo Arbenz en Guatemala tras una sugerencia de la United Fruit. Cuatro años después, el mismo Eisenhower enviaría a su Vicepresidente, Richard Nixon, de gira por América Latina. Violentas manifestaciones en Caracas y en Lima demostraron el profundo repudio vigente contra Estados Unidos por su apoyo a las dictaduras militares.

Como vacuna contra el surgimiento de la Revolución cubana a partir de 1959, el presidente John F. Kennedy prometió invertir 20 mil millones de dólares a través de la Alianza para el Progreso. Sin embargo, lo que en realidad hizo fue aprobar la “Doctrina de Seguridad Nacional” que priorizaba el uso de las Fuerzas Armadas latinoamericanas para destruir los movimientos populares e implantar dictaduras militares en todo el continente. Asimismo ordenó la invasión mercenaria contra Cuba y su doctrina fue asumida con tanta fiereza que de creador pasó a ser víctima.

Lyndon B. Johnson liquidó lo que de Alianza para el Progreso pudo haber existido, ordenó la invasión contra República Dominicana en 1965 y le puso fin a los ensayos democráticos en América Latina.

En 1969, bajo la presidencia de Richard Nixon, el vicepresidente Nelson Rockefeller recorrió el continente. La respuesta de los militares a la recepción que le dieron los pueblos latinoamericanos produjo 28 muertos, 800 heridos y 3 mil personas detenidas. También Rockefeller informó sobre la pobreza como problema principal pero Nixon prefirió derrocar el gobierno democrático de Salvador Allende en Chile y auspiciar el exterminio de los movimientos populares con planes como la Operación Cóndor en América del Sur.

Bajo Ronald Reagan, la política exterior se repitió colocando la guerra en América Central por encima de la lucha contra la pobreza. La región quedó devastada mientras el asesor de la Casa Blanca vendía armas a Irán y compraba drogas que introducía en Estados Unidos para financiar a la contrarrevolución en Nicaragua.

O sea que la política exterior estadounidense se ha repetido una y otra vez sin ser modificada: siempre lo militar por encima de lo económico. Ahora viaja Bush y encuentra una América Latina muy diferente a la de sus predecesores. Varios gobiernos democráticos y progresistas han surgido y Estados Unidos lo que hace, de nuevo, es ignorar la aplastante realidad de la pobreza. En cambio, ha sido capaz de gastar cuatro mil quinientos millones de dólares en ayuda militar para implantar el Plan Colombia.

Eso para no mencionar los 350 mil millones gastados en las guerras de Irak y Afganistán. Con reacciones de esa naturaleza a nadie debía sorprender que los latinoamericanos repudien la visita de Bush. No en balde los gobiernos que lo recibieron tuvieron que esconderlo de sus respectivos pueblos exponiéndolo sólo ante las cámaras de la siempre complaciente CNN.

Mientras, el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, recorría varios países del continente y se daba baños de pueblo. Permitía que los ciudadanos de a pie lo tocaran y dialogaran con él. Además, Chávez afianzaba su solidaridad compartiendo con los pueblos los beneficios que produce el petróleo venezolano.

Ante los diferentes comportamientos vale la pena preguntarse: ¿existe alguna duda de por qué los pueblos latinoamericanos acogen fraternalmente a Chávez y repudian a Bush?

 

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