La historia vira en redondo

La historia vira en redondo

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Qué le pasa, doctor; le veo hoy un poco apalastrado? ¿Está preocupado? ¿Recibió anoche malas noticias de La Habana? – Nada de eso, Menocal; estuve pensando en personas que dejé en Budapest cuando abandoné mi país; la mayor parte ha tenido que emigrar. Recibí noticias de La Habana pero todas son buenas: Lidia no tiene problemas en su trabajo; además, a la Unidad de Investigación han llegado unos papeles que me envía un periodista de Santo Domingo.

El archivero me ha leído la carta por teléfono y me dice que el sobre contiene recortes de periódicos dominicanos de 1965 y 1966, «ordenados temáticamente y cronológicamente». – Entonces debería estar alegre, doctor. ¿Ha comenzado ya a averiguar la vida de Ascanio Ortiz en la República Dominicana? – Licenciado, el nieto del chacal de Oriente, también llamado Ascanio Ortiz, murió a manos de un sujeto tan sanguinario como su abuelo. Lo hicieron preso cuando los norteamericanos invadieron Santo Domingo en 1965. Él militaba en los grupos insurrectos; siendo hijo de un cubano y habiendo vivido en Cuba en su infancia, los militares conservadores creyeron que les seria útil. Querían mostrar la presencia de comunistas entre los oficiales partidarios de reponer a Juan Bosch en el gobierno.

– ¿Licenciado, ha oído usted hablar de los generales Panasco Alvin y Bruce Palmer? – Nunca. ¿Quiénes son? ¿En qué batallas lucharon? – Fueron dos militares que actuaron en la República Dominicana en 1965. Uno era brasileño; el otro norteamericano. Es todo lo que se de ellos. – Doctor, eso ocurrió hace veinte ocho años; seis años después del triunfo de la revolución cubana. Yo nací en 1950; en esa época tenía quince años de edad. – Para nosotros los húngaros no era posible en aquel momento tener información de primera mano sobre acontecimientos tan lejanos. Eran los tiempos de János Kádár y del «socialismo liberal». Las Antillas no aparecian entonces en las primeras planas de los periódicos de Budapest. Pensé que por la proximidad de las islas ustedes podrían estar mejor enterados.

– Yo sabía que la señora Marguerite de Bertrand había quedado marcada por la revolución bolchevique. El periodista dominicano que conocí en el aeropuerto de Praga me contó de los «traumas sociales» de esa mujer; de la sensibilidad refinada de una jovencita sometida a los horrores de la guerra civil en Rusia; y luego a las humillaciones y a la pobreza en Santiago de Cuba; después, en Santo Domingo, asiste a una guerra civil interrumpida por una intervención militar de los Estados Unidos; con su hijo mayor metido en la contienda. Usted conoce ya, por todo lo que hemos leído aquí en su oficina, buena parte de su vida en San Petersburgo y en Santiago. Los papeles que me anuncian desde La Habana son los datos de la última etapa de su vida de sufrimientos políticos cíclicos.

– Cometí un error al informar a una amiga húngara, hace más de dos años, que la señora francesa había viajado a San Petersburgo el mismo día que lo hizo Lénin. No es cierto; a Lénin lo «despacharon» los alemanes, en 1917, con el propósito de hacer daño a la monarquía Rusa. Marguerite de Bertrand salió para San Petersburgo en el año 1918, según hemos podido determinar por los relatos de sus «Memorias». Los hitos de su vida creo que podemos fijarlos: 1918, viaje a Rusia durante la guerra civil y muerte de su madre; 1933, caída del Presidente Machado, persecución de la familia, prisión del esposo; 1940, Segunda Guerra Mundial, pérdida de los parientes europeos, vinculación del chacal de Oriente con el régimen de Trujillo; 1965, revuelta militar en Santo Domingo, desembarco de 40,000 «marines», intervención de la OEA, desaparición de su hijo Ascanio.

– El periodista dominicano opinaba que ella estaba convencida de que los sucesos trágicos dan vueltas en redondo, que reaparecen al cabo de quince años, de siete o treinta, como si fuesen contratos con plazos fijos. El «eterno retorno» llegó a ser su filosofía de la historia. Tengo una obligación que no he cumplido aún con esa amiga húngara: desentrañar el problema de «palabreros» y «carniceros» que ella planteó, desde la ciudad de Praga, sentada frente a la famosa «Taberna de los verdugos». En ese lugar los verdugos checos bebían aguardiente después de ejecutar a los condenados. Un poeta antillano nos advirtió de «la elocuencia tradicional del hierro, / más firme y contundente que toda la morosa / acción de las palabras». / Usted me ha dicho ayer que el chacal de Oriente «no comía pelos de puerco». Es fácil para los esbirros del gobierno, que «no comen pelos de puerco», tragarse de un bocado una docena de «hipocampos ilusos». Pero le aseguro, Menocal, que hay procedimientos efectivos para combatir y vencer asesinos y torturadores. Conocer sus debilidades, y los apoyos públicos en que descansan, podría ser suficiente. Santiago de Cuba, 1993.

henriquezcaolo@hotmail.com

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