La historia y la literatura están de luto

La historia y la literatura están de luto

ALEJANDRO PAULINO RAMOS
El fin de año 2007 ha sido terrible para la historia y la literatura dominicana. Una generación de maestros inicia su despedida, en medio de las lágrimas de sus familiares y el dolor de los amigos: En noviembre falleció Francisco Henríquez Vásquez (Chito Henríquez), historiador, patriota y maestro de generaciones.

El 30 de diciembre Don Miguel, patriota, cuentista, investigador y novelista nos sorprendió con su muerte, cuando más se estaba dando a su pueblo.

Conocí a Don Miguel, a quien cariñosamente llamábamos El Ministro, hace más de 25 años. Nos acercó el amor a los libros, el interés por la investigación y la pasión por la historia, y junto a él encontré otro amigo, el escritor Edwin Disla, el más fiel de sus compañeros.

 Habíamos logrado compactarnos en un solo interés y propósito; el encuentro cotidiano ya sea en el Malecón, en su hogar, o bajo un árbol frondoso de la Cafetería El Conde, donde compartíamos con Manuel Mora Serrano, Noel Hidalgo, Chito Henríquez, Dato Pagán y otros tantos que nos hicieron compañías; era siempre oportuno para aprender de él y reflexionar acerca de todo lo que entendiéremos como humano: los conflictos sociales, el perfil dictatorial de gobiernos pasados, las guerras de exterminio en el mundo, la maldición de la herencia trujillista, las mentiras malvadas del cortesano-presidente, el afán común por la producción histórica y literaria, las investigaciones en el Archivo General de la Nación, sus libros proyectados en la pasión con que enfrentaba la literatura.

Aquel domingo, demasiado temprano, el impacto fue desgarrante; junto a sus familiares y amigos tuvimos que resistir callados su despedida. Al caer la tarde, mientras su ataúd era colocado en el nicho que ocupará por siempre su cuerpo, se me antojaba que era mentira y que simplemente El Ministro nos jugaba una broma para confirmar lo que él tanta veces presintió. En los últimos meses la muerte lo estuvo acompañando y ni Edwin ni yo le creíamos: «Me estoy muriendo y no voy a poder terminar de escribir y publicar mis libros», nos decía. Rechazábamos sus comentarios, como si quisiéramos también alejar de él sus presentimientos: «Con las vainas que le ha cogido al Ministro», y él insistía sobre la inminencia de su partida.  

 Pero Don Miguel era fuerte; la última vez que compartí con él fue en la puesta en circulación de la novela «Manolo», de Edwin. Como siempre, allí estaba. Al finalizar el acto se acercó para felicitar a Edwin y decirnos que hacía minutos, mientras todos escuchaban la presentación de la obra, él estuvo a punto de morir. Y nos lo contaba con una copa de vino en la mano y compartiendo como si nada hubiera pasado. Nadie quería creerle.        

Planificamos el nuevo encuentro y opiné que en el Palacio de la Esquizofrenia era el mejor lugar para compartir, y los días navideños propicios para hacerlo. En medio del dolor, a media mañana del domingo 30 de diciembre, mientras sus familiares lo lloraban, Edwin me acompañó y fuimos solos y doloridos a sentarnos una hora debajo del árbol frondoso de la calle El Conde con Arzobispo Meriño. Era nuestro último homenaje de quien nos sentíamos discípulos. Allí presentí en silencio, que junto a nosotros estaba Don Miguel, y a pocos pasos sentado en su mesa de siempre con un cigarrillo entre los dedos y una tasa de café en los labios, estaba el otro Maestro ido: Chito Henríquez. Son terribles estas despedidas. ¡ Qué en paz descansen!

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