La hormiga y el elefante

La hormiga y el elefante

HAMLET HERMANN
Tendremos que revisar nuestros conocimientos de historia universal para desentrañar y conocer a quién corresponde la paternidad por el concepto bélico de tierra arrasada. En lo que investigamos, no podemos menos que horrorizarnos ante lo que ha ocurrido desde hace una semana en Falluya, una ciudad con cientos de mezquitas sagradas. Con una población de un poco más de doscientos cincuenta mil habitantes, ha estado sometida a ataques despiadados desde abril pasado.

Las tropas norteamericanas supusieron que tomando esa ciudad la resistencia iraquí desaparecería y las elecciones planeadas para enero próximo podrían celebrarse en paz. Craso error. No obstante los furiosos y continuos ataques, la resistencia continúa su ritmo sostenido no sólo en Falluya sino también en Mosul y en Bagdad.

Una de las claves para tratar de entender lo que está pasando hoy en el invadido Irak puede deducirse del artículo publicado por Thomas Friedman en el New York Times la pasada semana («El día de la marmota en Irak», 11 de noviembre de 2004). El autor dice que en su mente todavía revolotean las mismas preguntas que se hacía antes de que se iniciara la invasión a Irak. Su primer cuestionamiento plantea si esta guerra realmente ha terminado como proclamó el presidente W. Bush el 20 de marzo pasado. Continúa preguntándose el laureado escritor si Estados Unidos, que está convocando a elecciones supuestamente democráticas para enero próximo, estaría dispuesto a aceptar la victoria de un político musulmán que pudiera ser electo. O, por el contrario, estará preparándose para manipular los comicios como forma de acomodar la realidad a sus propósitos de dominación. Sólo pensar que un candidato nacionalista pudiera ganar las elecciones en Irak pone los pelos de punta a los halcones de la Casa Blanca. Los dominicanos sabemos por experiencia que no puede ser así. Nada más habría que pensar en las elecciones dominicanas de 1966 luego de la invasión norteamericana. Si invadieron con todas sus fuerzas para impedir que Bosch retornara a la Presidencia de la República, era ilógico que permitieran que éste ganara unas elecciones democráticas. Esa hubiera sido la negación de la negación. Fue por eso que Joaquín Balaguer pasó a ser Presidente de la República y con ese apoyo gobernó doce ominosos años.

El genocidio de Falluya nos ofrece los indicios de los verdaderos deseos y necesidades políticas del reelegido gobierno de W. Bush. Los daños humanos y materiales son enormes. La Universidad Johns Hopkins de Washington D. C. acaba de publicar un estudio en el que señala que cien mil civiles iraquíes han muerto como resultado de la agresión norteamericana. Este es el primer estudio científico sobre los efectos de la guerra en la ciudadanía, el cual está siendo publicado en la revista médica británica»The Lancet». Dos terceras partes de esas bajas se han producido en Falluya y la mayoría ha sido producto de los ataques indiscriminados de la aviación norteamericana.

Con sólo apreciar el tipo de armamento usado por las tropas invasoras se hace uno la idea de cuáles son las intenciones de los ocupantes. La artillería usada contra Falluya es, fundamentalmente, en base a cañones de 155 milímetros. No hay en el arsenal norteamericano un cañón más potente que éste, aparte de que en ocasiones utilizan proyectiles de fósforo blanco, material este que provoca llamas que no se apagan con agua. Los blindados usados son los poderosos tanques Abrams. Mientras, los patriotas iraquíes se defienden con fusiles AK-47 y lanzacohetes RPG-2, lo más elemental y básico en cualquier ejército del mundo. Pero la táctica usada por los defensores de Falluya es la más simple: la de la hormiga que se enfrenta al elefante, la del francotirador paciente y bien entrenado esperando por el avance de los invasores para aniquilarlos uno a uno. La de la trampa cazabobos y la mina antipersonal. Esta táctica está bien explicada en un reportaje de la prensa neoyorquina que dice:

«(New York Times, «Dura lección en combate: 150 «marines» se enfrentan a un francotirador») Falluya, 10 de noviembre: Los «marines» norteamericanos solicitaron dos ataques aéreos contra un deslucido edificio de tres pisos ubicado en la autopista 10 los cuales lanzaron bombas de 500 libras cada vez. Los obuses de 155 milímetros le hicieron 35 disparos. De la boca de los cañones de los tanques Abrams salieron diez proyectiles y, quizás, treinta mil disparos fueron hechos desde los fusiles automáticos de los «marines». El edificio quedó convertido en una ruina humeante.»

«Pero el francotirador siguió disparando.»

Luego de este ejemplo, cualquier explicación adicional sobre la batalla de Falluya está de más.

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