Más de dos mil años han transcurrido, desde que una joven madre diera a luz un niño que venía predestinado a convertirse en un faro y guía para que los terrícolas de aquel tiempo, y los subsiguientes, transformaran su conducta hacia la meta eterna de amarse los unos a los otros.
Los vaivenes de la humanidad, en esos pasados dos mil años, asediada por una Naturaleza reclamando lo que se le ha quitado como ocurre con el cambio climático, o la acción depredadora de los humanos, han empañado los grandes aportes que la inteligencia ha legado a la raza humana, llevándola, desde aquellos angustiantes tiempos de morir jóvenes, sin ningún tipo de servicio, hasta el día de hoy, disfrutando de estaciones espaciales y medicinas para enfermedades, que antes se creían incurables o darnos el lujo de comunicarnos al instante con cualquier rincón de la Tierra.
Pero lo más importante de la prédica de aquel niño, cuyo nacimiento conmemoraremos el próximo martes, de promover el amor entre los semejantes, es casi un esfuerzo fallido, ya que la modernidad y la sangre derramada de cada siglo, ha ahogado tantos intentos de preservar la familia, de eliminar los odios y ayudarnos unos a otros, en base a tener más conciencia de cómo aprovechar equitativamente los recursos que la Tierra y el intelecto nos proporcionan.
Aquellas prédicas del enviado de Dios, en las polvorientas aldeas de Palestina, hubiesen quedado esparcidas al aire, si luego de la Resurrección no se le diera forma a todo un propósito de vida reservado a la humanidad para destronar las envidias y rencores, dándole un sentido de solidaridad a la raza humana con el propósito del bien común.
Gracias a San Pablo, acompañado en sus travesías por las ciudades Mediterráneas de un cuerpo de redactores, digno de cualquier diario moderno, se encargó de darle forma al propósito del Hijo de Dios, proporcionándoles a los hombres y mujeres una orientación para guiar sus vidas.Quizás no estaríamos como estamos desde que estallara la primera bomba atómica en 1945, al borde de un inesperado debacle nuclear entre las grandes potencias, que se amenazaban una a otra en un equilibrio, estable unas veces, otras incierto, pese a que las grandes doctrinas económicas, el capitalismo y el comunismo, con sus hábiles ideólogos, decidieron agruparse y llevar a cabo la revolución mas interesante de la humanidad con el rescate de China a la modernidad, en una mezcla ideológica y económica de interesantes relieves.
Hoy pareciera que ese niño solitario, acompañado tan solo de sus padres, está abandonado, fruto del egoísmo humano, que por tantos siglos ha empujado a cada quien buscar sus beneficios sin pensar en el prójimo. Se atiende a los intereses, que en un momento dado, proporcionen el bienestar material que se busca a como dé lugar, en detrimento de los valores familiares que una vez tuvieron sentido, pero ahora ya no son el freno que permitía una convivencia solidaria aun cuando se fuera más pobre. Hemos olvidado al Hijo de Dios. Ya no se celebran las Navidades, ahora son las Felices Fiestas como parte de un tinglado de grandes proporciones del interés comercial que espera, en cada diciembre, resarcirse de sus bajas ventas en el resto del año, y a la vez, marginar lo que todavía intentan las religiones cristianas de hacernos ver, que por encima de nuestros egoísmos, hay una tarea de la cual Dios no nos ha liberado, que es la de amarnos los unos a los otros.