La ideología china de hoy es el poder, no el socialismo

La ideología china de hoy es el poder, no el socialismo

POR RICHARD MCGREGOR
A finales de los años 90, en Pekín, asistí a un cena con Rupert Murdoch, en la que declaró que todavía estaba por encontrarse con algún comunista en China. La primera impresión resultaba una declaración rara: si no se reúne con comunistas en China, su negocio no va ir a ninguna parte. 

De todas formas, es un dicho que se escucha frecuentemente entre los líderes de negocios que andan por Pekín, y que han decidido que los comunistas de China son en realidad capitalistas hambrientos de hacer negocios disfrazados, pero que no pueden decirlo abiertamente. No es por gusto que se diga, medio en broma, que el Partido Comunista de China es la cámara de comercio más grande del mundo.

En la propia China, sin embargo, los debates ideológicos de varios tipos siguen vivos y coleando, y desempeñan un papel central en la política. Chinos y extranjeros los ignoran a su propio riesgo.

La señal más clara de que la ideología está de vuelta, vino con la desaparición de la ley de propiedad en los inicios de este año, archivada después de una campaña en su contra dirigida por un profesor de leyes de la Universidad de Pekín. La ley apuntaba a garantizar la protección legal de los derechos de propiedad privada, pero Gong Xiantian logró desatar una tormenta argumentando que solo protegería los derechos de los ricos, y tuvo éxito en sacarla de la agenda legislativa.

El hecho de que el argumento del profesor Gong se impusiera es sorprendente. Después de todo, los chinos que han sacado más dinero de las propiedades en la última década lo lograron expulsando a ciudadanos corrientes de sus casas, en contubernio con los gobiernos locales. En contraste, para los individuos en China la capacidad para comprar una casa se ha visto tremendamente fortalecida. Con la protección de la ley y los tribunales independientes, el mercado de propiedades los enriquecería tanto a ellos como al país.

La clave del éxito del profesor Gong estuvo en que él fue capaz de enmarcar el debate en un código que todavía es potente en la política china. La ley, dijo, debilitaría a China como estado socialista. O para emplear el código, la medida tenía un “sobrenombre capitalista, no socialista”, un giro idiomático que no se escuchaba desde inicios de los 90, cuando el desaparecido Deng Xiaoping estaba peleando en la retaguardia en defensa de las reformas de mercado.

Deng dijo que no importaba cuál era el “sobrenombre” de una reforma, siempre que funcionara. Para la izquierda conservadora, sin embargo, ponerle el sello a una medida con “sobrenombre capitalista” equivalía a condenarla a muerte.

A la frase se le ha dado un nuevo giro en meses recientes, en un debate que se ha intensificado alrededor de la compra de compañías chinas por extranjeros. Los ideólogos le están aplicando una nueva prueba de pH a esos negocios: si una industria “tiene el sobrenombre chino o el sobrenombre extranjero”.

El resultado ha sido una serie de retrasos en la compra de compañías locales en industrias tan diversas como equipos de construcción, para emvasar carnes, o cojinetes industriales, que ha llegado a tener cierta calidad estratégica en manos de las fuerzas anti-extranjeros.

Este debate en China no se diferencia en algunos aspectos del que se viene dando en muchos países, en lo cuales una serie de intereses se han unido para bloquear adquisiciones por parte de entidades extranjeras. La ideología también suele ser una capa conveniente para ocultar intereses muy protegidos.

Sin embargo, la fuerza que mueve la discusión en China tiene un carácter particular que la diferencia. La conclusión tiene que ver con la garantía de que el partido mantenga su monopolio del poder político.

Desde hace tiempo, el comunismo chino dejó de parecerse a alguna forma de materialismo dialéctico. La astuta fórmula de Deng de “socialismo con características chinas”, le dio a los políticos la hoja de parra que necesitaron durante dos décadas para introducir las reformas de mercado en un estado de un solo partido. La economía ha florecido como resultado, pero mientras tanto, la brecha entre la ficción de la retórica del partido (“China es un país socialista”) y la realidad de la vida diaria, se ha hecho mucho mayor. El partido

 no tiene otra opción que defender la ficción, porque representa el status quo político. “Su ideología es una ideología del poder y por lo tanto una defensa del poder”, dice Richard Baum, un académico especializado en China.

El partido sigue siendo una criatura ágil. Hace unos años, detectó el crecimiento explosivo del sector privado. Entonces, el partido empezó a invitar a los nuevos empresarios a incorporarse a sus filas de manera oficial, y a establecer células dentro de las compañías privadas para garantizar que no incubaran una fuerza política alternativa.

Es imposible saber cómo se resolverá este conflicto entre un gobierno de partido único y los crecientes intereses privados en China. Pero nadie debe dudar sobre la determinación del partido para mantener su asidero. Hasta el señor Murdoch, quien expresó el año pasado que los líderes chinos estaban “paranoicos” por la influencia desestabilizadora de los medios, ya debería tener claro ese punto.
*El autor es jefe de la oficina del FT en Pekín.

VERSION: IVAN PEREZ CARRION

Publicaciones Relacionadas