En nuestro micro-cosmos tenemos que estar muy atentos a la correlación de fuerzas entre las corrientes geopolíticas, económicas y sus expresiones mediáticas y culturales para elaborar nuestras estrategias de supervivencia. La tensión cerebral que ponemos sintonizándonos con sus energías transforma nuestras mentes e ideas, sacándolas de nuestros confinamientos geográficos e ideológicos.

Este proceso hace que las personas hagan una conciencia nueva y una identidad particularmente suya, que es su capital intangible, enteradas de que son lo que piensen y expresen y que ése es su poder, aunque en el ámbito de las ideas nada sea definitivo porque toda verdad tiene un tiempo, es relativa, transitoria e incompleta; pero el trozo de verdad que poseemos es lo que nos da valía en el ejercicio de una nueva ciudadanía con valores sin fronteras.

En la historia, los debates de las ideas iniciales han pre-cursado los grandes periodos de la civilización. Hoy estamos en uno de esos momentos.

Diez siglos atrás, el debate de las ideas era facultad de claustros y concilios, saltó desde allí hacia las universidades y salones. Luego se debatieron en los medios de comunicación hasta que éstos fueron reducidos a la expresión de intereses cooperativos conservadores, expulsando de sus páginas las ideas críticas sistemáticas. El debate hoy arde libre e irreverente por avenidas, calles y callejones, bodegas, transportes, colmadones y habitaciones, expandiéndose críticamente por Internet, sin miedos a hogueras, torturas o retractaciones.

Entre las ideas claves que se debaten está la acusación de la jerarquía del Vaticano al presidente norteamericano Barack Obama de “ haber autorizado una masacre de inocentes”  añadiéndole que el derecho a la vida es lo primero.

Vivimos en un tiempo que no puede contemporizar más con la visión del Santo Oficio (inquisición). La iglesia católica tiene que cambiar filosofía y es ésta una tarea del bajo clero y su feligresía con otra Reforma.