La ilusoria ley de los partidos políticos

La ilusoria ley de los partidos políticos

Acostumbrados a que la promulgación de una ley o de un decreto basta para saciar necesidades y resolver problemas, somos el país menos cumplidor de las muchas leyes que tenemos. “Se acata, pero no se cumple.” Herencia de la colonia. El problema no consiste en promulgarlas, sino en su observancia y aplicación.

Para esto último, dos elementos son esenciales: 1) La educación cívica de todo ciudadano. 2) La voluntad política firme y manifiesta de cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes. El primero, conlleva a que cada persona sea fiel cumplidor del mandato legal recibido, que supone estar orientado al bien común. El segundo, exige ser el más celoso guardián y ejemplo del Estado de Derecho, sin exceptuar rango, sin hacer distinciones: la ley es igual para todos. Aplíquese con prudencia y sin abuso, respetando el derecho de cada quien y la dignidad humana.

Todo el universo está regido por leyes armónicas que se complementan: naturales, físicas, materiales, humanas que tienen que ser respetadas cada una en su categoría. De lo contrario deviene, fatalmente, el caos y el desastre total. ¿Acaso tendríamos el desorden existente si las simples leyes de tránsito se observaran y las autoridades competentes las hicieran cumplir rigurosamente, de manera cortés y ordenada? De ser así, de seguro no seriamos lo que somos hoy, para vergüenza propia, uno de los países con el mayor índice de accidentes, de muertos y heridos, a nivel mundial.

Otro espacio ocuparíamos si apegados al espíritu y al texto de la ley, al ordenamiento político jurídico de la nación, pusiéramos mayor y principal empeño en la protección de nuestros recursos naturales, en la educación integral, mejorando la calidad de la enseñanza y del profesorado, la seguridad social, la salud, la vivienda, la marginación y la pobreza, combatiendo la corrupción, el narcotráfico, el crimen y la impunidad, sin concesiones. Algo así, como hacer sin maroma lo que nunca se ha hecho. Ello sí cambiaría el rumbo de nuestro desventurado país.

Se intenta, por enésima vez, superar el estado de frustración que nos abruma. Rescatar del descreimiento y la podredumbre en que han caído los principales partidos políticos y sus aliados coyunturales, que disfrutan de la sinecura presupuestal de la JCE, del clientelismo y patrimonialismo que cesaran una vez promulgada Ley de Partidos, mil veces discutida y mil veces fracasada. Entrampada en el entramado de intereses espurios con asiento en el Congreso y los lineamientos que bajan sus jefes políticos, estrategas de un pragmatismo utilitarista y perverso, que nada tiene que ver con el bienestar del pueblo, con la ética, la moral política y la justicia social. La apoyan estando en la oposición, porque favorece sus ambiciones; ya en el gobierno, la dificultan y rechazan.

La Ley de Partidos Políticos, no importa lo avanzada que sea, no cambiará la naturaleza depredadora que anida en los grandes partidos dulcemente prohijados por un sistema de gobierno. Los quijotes de la democracia representativa, soñadores sempiternos de la utopía, en vías de extinción, todavía no alcanzan a comprender que los tiempos han cambiado y que los perros no se amarran con longaniza.

 

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