La imagen arquetípica del amante

La imagen arquetípica del amante

“Los amantes abrazan lo que está entre ellos, más que abrazarse uno al otro”.

 Gibran Jalil Gibran

 El cerebro humano contiene dentro de su misma estructura una historia evolutiva, y esa antigua historia todavía controla gran parte de la vida que creemos que vivimos tan conscientemente. El pasado evolutivo está organizado –y archivado- en nuestro interior y accedemos a él a través de los arquetipos.

La palabra griega arjé significa principio u origen. El vocablo deriva de un verbo griego que significa “modelar”. De este modo, un arquetipo es un modelo a partir del cual se configuran las copias, el patrón subyacente, el punto inicial a partir del cual algo se despliega. Arquetipo es un primer grabador o forma ya existente.

Los arquetipos son imágenes primordiales de nuestro mundo interior a las que podemos acceder como si de una fuente de conocimiento se tratara. Están muy relacionados con el desarrollo de  nuestro conocimiento de la realidad. Los arquetipos son inagotables, no tienen forma y sólo podemos verlos cuando se llenan de contenido individual y los contactamos a través de sus efectos, que conocemos a través de “imágenes arquetípicas”.

James Hillman se plantea la siguiente interrogante: ¿Qué caracteriza a una imagen arquetípica? La respuesta es que esta imagen tiene una enorme riqueza que puede ser extraída de ella, que se siente rica, fecunda, profunda y generativa. Cuando le damos valor e importancia a una imagen, y la dotamos del mayor significado posible se transforma en una imagen arquetípica.

Jung pensaba que la visión sólo se aclara cuando podemos mirar en el propio corazón, porque quien mira hacia afuera sueña
y quien mira hacia adentro despierta. Llamar a algo arquetípico es un proceso de valoración, es un modo distinto de ver. Más que mirar a los arquetipos, miramos a través de ellos. Por tanto, llamar arquetípica a una imagen no significa que sea especial o diferente, revela más bien un diferente modo de verla o valorarla.

Que la imagen sea arquetípica o no depende principalmente de la actitud de la conciencia que observa, de la respuesta que demos a la imagen, más que de las cualidades inherentes a ella. Las imágenes que despiertan nuestra atención son arquetípicas.

Las imágenes arquetípicas se muestran como básicas, necesarias y generativas. Están conectadas a algo original, no en el sentido de lo que las causa sino en el de lo que ayudan a causar o hacen posible. Dan energía y orientación. Dan lugar a asociaciones que nos conducen a otras imágenes, y por eso se experimentan como dotadas de resonancia, complejidad y profundidad. Son sentidas como universales.

Todas las imágenes arquetípicas despiertan ambivalencia en nosotros, por un lado nos atraen y por el otro las rechazamos. Tienen aspectos oscuros, temibles y destructivos, así como un lado benigno, creativo y luminoso.

Martín Heidegger dice: “Lo que caracteriza a los seres humanos es que tenemos que tratar con el sentido”. Centrarnos en lo arquetípico nos permite notar la importancia que tienen nuestras imágenes para convertirnos en quienes somos. Las imágenes arquetípicas están presentes en los sueños, mitos y literatura.

Encontramos el valor de lo arquetípico en la posibilidad de apreciar y nutrir la capacidad humana, espontánea y natural, de responder al mundo no sólo de manera lógica, sino también simbólica, aunque el pensamiento simbólico a algunas personas puede parecerle muy pasivo, pues las imágenes se sienten más dadas que generadas por nosotros.

Para Jung, el pensamiento simbólico (arquetípico) es un modo saludable de dar respuesta al mundo, ayudándonos a salir de la ilusión tramposa que nos hace creer que hay una separación entre interior y exterior. Él ve la capacidad de crear imágenes y no la razón, como la verdadera función que nos hace humanos. Las imágenes son el lenguaje natural del alma, su auténtico logos.

Uno de los escritores más importantes del siglo XX, Cesare Pavece dijo: “El amor tiene la virtud de desnudar no a los dos amantes uno frente al otro, sino a cada uno delante de sí”. Sintonizar la imagen arquetípica del amante es el inicio de un camino hacia el propio amor, en el que reconocemos que todo lo que ocurre con los demás, muestra la relación que tenemos con nosotros mismos.

La imagen arquetípica del amante nos refiere a la capacidad de amar y ser amados. Aunque la energía del amante está presente en la vida de todos, la finalidad de la vida es reconocernos en el amor y dejar que el amante tenga el rol principal.

Una de las frases de amantes más hermosas que conozco es del célebre poeta místico de origen persa Rumi. Él escribió: “Los amantes no se encuentran finalmente en algún lugar. Están dentro el uno del otro todo el tiempo”. En realidad al amar nos reconocemos a nosotros mismos.