La imagen de la Cancillería

La imagen de la Cancillería

La efectividad del mensaje depende del mensajero. En esencia, si la intención de colocar a Miguel Vargas Maldonado como Canciller respondía a una estrategia de reconstrucción de su mal trecha imagen, haciendo del Ministerio de Relaciones Exteriores un escenario para desintoxicarlo y asociarlo al liderazgo internacional, resulta muy cuesta arriba la tarea.
En la tradición nuestra, salvo reconocidas excepciones, los jefes del servicio exterior sobresalieron por sus dotes intelectuales y nunca la posición les adicionó prestigio a su hoja de vida. Por el contrario, Manuel Arturo Peña llegó al ministerio con posterioridad a la estructuración de sus ideas alrededor de la tesis, titulada El Sentido de una Política, que sirvió de fundamento doctrinario a toda la argumentación oficial trujillista sobre la matanza de 1937. Mucho más cercano, tanto las cancillerías desarrolladas en los períodos 1996/2000 y 2000/2003, fueron orientadas por dos portentos intelectuales que, antes de llegar a la posición gubernamental, desempeñaron rectorías de universidades prestigiosas del país.
Tolentino Dipp y Eduardo Latorre no llegaron a la cancillería a conseguir reconocimiento ni respetabilidad en la sociedad. Sus antecedentes intelectuales enviaban una clara señal de gestiones decentes y con estricto apego a normas éticas. Inclusive, dos cancilleres de corta duración como Frank Guerrero y el arquitecto Navarro exhibían un ejercicio profesional previo sin ninguna tacha ni escándalos en sus respectivos desempeños públicos.
En el marco de un mundo que cambió, con los esquemas de designación en puestos de especial relevancia marcados por niveles de rigurosidad, la ciudadanía exhibe una altísima dosis de perturbación cuando en la lógica de victorias electorales llegan los repartos y colocan en espacios de poder a gente que contribuyó en la campaña, pero no llenan las expectativas formativas para un justo desempeño. A Vargas Maldonado nadie le conoce fascinación por la palabra, exhibe un desdén por el debate de las ideas, es casi imposible viéndole asistir a espacios de discusión sobre temas esenciales y su vinculación a la Internacional Socialista (IS) no constituyó un acto de validación como resultado de su afán por asociarse al liderazgo mundial, sino una acción de sobrevivencia en un escenario desacreditado donde el inefable Luis Ayala hace de compensador de viejos favores.
A Danilo Medina le asiste constitucionalmente todo el derecho de designar el personal que considere en la administración pública. El problema es que, en la acción de implementar las políticas, un gobierno corre el riesgo de hacer el ridículo. Y en el caso de la cancillería, sin llegar a los cien días en el puesto, tenemos a su principal ejecutivo que apunta incorrectamente respecto del caso haitiano, somos el único país que no utiliza sus canales diplomáticos para pronunciarse sobre el golpe de Estado en Brasil y estamos a la espera de su desempeño en lo concerniente a la solicitud del pleno de la JCE sobre el caso de Roberto Rosario Márquez. Muchas torpezas en poco tiempo!
Los amantes del tema internacional, la academia, los funcionarios internacionales acreditados en el país deben de acostumbrarse al canciller que nos gastamos. Además, cruzar los dedos para que sus periplos ante estamentos empresariales del país “exhibiendo” interés en hacer del Ministerio de Relaciones Exteriores un centro de captación de inversionistas, no sirvan de puente para traspasar la buena intención de capitales extranjeros a proyectos inmobiliarios que terminen en pieza de escándalos.

Danilo Medina conoce bien a Miguel Vargas Maldonado. Por eso, políticamente lo utiliza, dándole cuotas que pagan deudas pendientes de las acciones sediciosas iniciadas en el 2012 y oficializadas en 2016. No obstante, el instinto le conduce por los caminos de sospechas: colocar a Nelly Pérez de “observadora” con categoría Vice-Ministerial.

Al final de la jornada pierde el país. Desafortunadamente, la cancillería vuelve a los años en que un político de “oposición” hace de un espacio vital de la administración una finca privada. Igual que esa inefable experiencia, el beneficiario nunca llegará a la presidencia del país.

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